Halloween

Halloween / H.I. (Huelva)

Pues extrañamente, durante 364 días al años, o 365, como en el caso de un año bisiesto, no nos apetece mucho eso de acercarnos a la muerte. Pero esto cambia cuando rasgamos las fronteras del 1 de noviembre. Ahora ocupa hasta los escaparates. Ocupa las baldas de los supermercados. Ocupa las programaciones televisivas y las recomendaciones de las plataformas de streaming. Ocupa hasta las aulas de los centros educativos. La muerte. El terror. La pesadilla hecha carne o disfraz o adorno.

Lo innombrable, que diría Lovecraft, hecho fiesta. El ser humano tiene esas hermosas contradicciones en sí mismo; en el núcleo de cada célula hay un impulso hacia la huida y un impulso de atracción. La muerte es un tabú que en estos días ocupa luces de neón. Nada de ocultarlo tras fórmulas lingüísticas bajo el conjuro del eufemismo: pasar a mejor vida, criar malvas, estar ausente, ser comida para gusanos, no estar entre nosotros, el silencio o el reposo eterno, por fin descansó, pasar al más allá, estar bajo tierra,...

Durante el día de hoy me cruzaré con vampiros, brujas, muertos vivientes, monjas hechizadas, demonios, fantasmas y espectros deformes. La sangre se acumulará en manchas deseadas en rostros, manos y prendas de vestir. La blancura inmaculada sólo se contempla en las sábanas fantasmagóricas. Además, en caso de mostrarla, la mala cara es lo que se lleva, esa palidez de corte transilvana con ojeras de no haber dormido en tres mil años, porque la noche está para otras cosas, nada de sueñecitos reparadores cuando puedes dedicarte a las matanzas masivas. El elixir del terror. La muerte es un nada más al que negamos el saludo pero que, durante una noche, invitamos a la fiesta. Y a mí siempre me parecerá bien que cada cual celebre lo que quiera.

Eso sí, recíproco. Porque a mí me divierte ser espectador apoyado en la barrera. Si veo una celebración de ida y vuelta, un sucedáneo, yo me quedo con el original. Con el punto de partida de todo este desfile necrófilo. Ese día reservado para los afectos, para hablar con los muertos desde el recuerdo, para honrar su memoria, cruzar las puertas de los cementerios para limpiar y embellecer sus nichos. Porque los nombres tras la muerte tienen sílabas de piedra. Dureza y rigor. Yo seré más de Don Juan y su catarsis final cuando los fantasmas le apremian, un 1 de noviembre. Por suerte vuelve a representarse este año y así poder temblar de rubor. Esta noche se abren las fronteras. No me hacen falta chucherías ni calabazas customizadas. La muerte se anuncia sola.

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