Una misión en el siglo XXI

Que fluyan las miradas y las oraciones, las visitas de los colegios, las intenciones de los vecinos…

El otro día leí en un diario digital una interesante entrevista con el antropólogo Isidoro Moreno a cuenta del traslado de la imagen del Señor del Gran Poder a los llamados Tres Barrios, en la periferia sevillana. El profesor es, además, destacado estudioso de la Religiosidad Popular siendo su libro La Semana Santa de Sevilla: Conformación, mistificación y significaciones, lo he dicho alguna vez, de lo mejor que se ha escrito sobre nuestra fiesta mayor.

Allí, alertaba sobre los riesgos de burlarse de este tipo de iniciativas bajo "un supremacismo intelectual desde cierta izquierda progre". Y es que, desde lo racional y descreído, puede verse como una contradicción cómo aquellos excluidos y abandonados buscan la protección de una figura sagrada en lugar de encomendarse a los que tienen el poder real de revertir la situación, a lo que el profesor opone dos razones, para mí inobjetables: la capacidad de algunas imágenes para conectar con el sufrimiento cotidiano de tantas personas de distinta condición (y quien lo dude, acuda cualquier viernes a la Basílica de San Lorenzo) y la progresiva desafección de los residentes hacia el poder político, cansados de tantas promesas incumplidas.

Todo esto hace que la iniciativa de la Hermandad, pese a los recelos de partida (¡misiones santas en el siglo XXI!), esté siendo un rotundo éxito, en todos los sentidos. Porque, en verdad, la carga emotiva del cristo sufriente llevando la cruz reflejado en el rostro emocionado de los vecinos, la súbita autoestima que supone ver el barrio como camino y morada del Señor como si de cualquier otro sitio se tratase, la sensación recuperada de pertenencia en la memoria de aquellos que ya no están pero alguna vez lo tuvieron como suyo, todas esas sensaciones que nos cuentan las crónicas y vemos en los espléndidos reportajes fotográficos, no son distintas de la que puede experimentar cualquier sevillano, pero ellos con mayor motivo.

Por eso, lo mejor que hacemos los tenemos la suerte de sentir como costumbre lo que allí es acontecimiento, es dejarlos tranquilos con su compañía cercana y misericordiosa, sólo escoltados por los que desde la Hermandad tan bien lo han venido gestando. Que fluyan las miradas y las oraciones, las visitas de los colegios, las intenciones de los vecinos… Y después, cuando vuelva, pediremos para que aquello sea de una vez verdadera tierra de esperanza.

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