Del día a la noche. De atizar a los mayores, a vapulear también a los jóvenes. Todo ha dado un giro de 180 grados. El dichoso bicho ha optado por salir de copas. Y ahora los jóvenes han dejado de estar prácticamente exentos de contagios y pasar inadvertidos a ser el punto de mira y convertirse en origen de buena parte de los brotes que nos tienen en vilo en las últimas semanas porque han llegado en el cóctel del ocio nocturno, cuando es difícil evitar las aglomeraciones y las mascarillas brillan por su ausencia.

El día nos ilumina y se lo pone más difícil al virus con el cumplimiento de unas normas básicas para no contagiarse. En un abrir y cerrar de ojos y sin tiempo para la asimilación, son pocos los que se olvidan de la protección facial convertida ya en un atuendo cotidiano. Parece que la luz solar nos ayuda a mantener la distancia y a que casi todos aprovechemos el gel hidroalcohólico que nos espera en la entrada de los comercios, establecimientos públicos y en puestos de trabajo.

Pero la noche es distinta (incluso confunde). Nos invita a la relajación (que no está de más tras una maratoniana jornada de trabajo, dentro o fuera de casa), a intimar y a la diversión. Y aquí entra en juego todo el mundo, aunque cuando se tienen menos de 20 años las ganas casi siempre pueden a la razón. ¿Nos hemos olvidado de que nosotros también hemos pasado por ese mismo camino? Abrimos las discotecas y pretendemos que se sienten como si fueran mayores de 30 años en un pub. Y encima los criminalizamos. No. Los jóvenes han mostrado un comportamiento ejemplar durante el confinamiento. Se les ha dicho que no salgan y no lo han hecho, se les ha obligado a no quedar con sus amigos y no se han reunido (no olvidemos que en esa edad son la parte complementaria de uno mismo sin la que prácticamente ni se respira). Y eso mientras se insistía en que eran prácticamente inmunes al virus. Ahora no. Ya no lo son. No seamos tan ilusos y no exijamos comportamientos que nosotros no consumaríamos. Una vez que soltamos las alas no pretendamos que no levanten el vuelo. Es cierto que la responsabilidad está en cada uno y que debemos asumir con madurez y sensatez nuestros actos, pero no carguemos contra los jóvenes. Qué manía de buscar un culpable en lugar de una solución. Más vale prevenir y para ello o cerramos la persiana o incrementamos la vigilancia para garantizar que se cumplan las medidas sanitarias establecidas en los locales de ocio (aforos, mascarillas y distancia) y perseguir como nunca antes los botellones. Y con las fiestas privadas, ¿qué hacemos? Una vez más, apelar a la responsabilidad. No nos queda otra.

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