Hoy, en este último domingo de julio, puede darse por finalizada una intensa semana política que ha absorbido a otras noticias menores y que ha llegado a producir, a ratos, más interés que cualquiera de los realitys que con tanta pasión sigue el personal.

He seguido los debates sobre la investidura de Pedro Sánchez con tanto interés, que ahora soy consciente cómo he ido analizando, sin proponérmelo, no sólo el discurso de cada uno de los grupos, sino los gestos tan forzados, las miradas que se cruzaban, los falsos aplausos y los ensayados aspavientos.

Creo que fue en un momento del discurso de Rufián (que esta vez se había tomado una tila, por cierto), cuando un gesto me recordó a Henry Fonda en una de las brillantes escenas de la película de Sidney Lumet de 1957, "Doce hombres sin piedad". El argumento gira en torno a las deliberaciones de un jurado sobre un crimen cometido. Lo que en un principio se pensaba que apenas tendría debate, pues estaba claro el delito, resultó ser más complejo de lo esperado. A partir de las reflexiones del miembro número 8 de dicho jurado, acerca sus dudas sobre la culpabilidad del acusado, todos los demás fueron analizando las causas de su decisión. En la película se razona cómo cada una de las personas del tribunal emitió su voto como fruto de su visión del contexto, a modo de una proyección de su personalidad.

Entre las notables diferencias entre el guión de la película y lo que sucedió el jueves en el hemiciclo, también concurren considerables similitudes. Fueron 12 los partidos que juzgaron la propuesta de Sánchez y, como él mismo, lo hicieron con soberbia y sin imparcialidad. La histeria de Rivera, las falsas sonrisas de Casado, de Abascal o de Calvo hicieron recordar poses del jurado de la película. La diferencia estriba en que en las Cortes no hubo un Henry Fonda que se cuestionase la legitimidad o conveniencia del voto que llevaba preparado.

Lo peor es que este teatro, protagonizado por los 12 políticos y Sánchez, es una simbólica representación de la sociedad actual; una sociedad que se nutre de la desnutrición de otros y saca provecho de sus debilidades. Lo que hemos vivido con la investidura se corresponde con las actitudes sociales más cotidianas: el egoísmo, la insolidaridad, la soberbia, la mentira… No, no ha fracasado Sánchez. Éste es un fracaso social.

Intentaré no acordarme de esta conclusión en el mes de vacaciones que comienzo mañana. Hasta septiembre y un fraternal agosto a todos.

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