
Vía Augusta
Alberto Grimaldi
Saber irse
Cambio de sentido
En noticias y memes, una foto: Ábalos, Cerdán y, más al fondo, echado en la pared, el tal Koldo, en Aldeanueva de Ebro. Componen una suerte de guardia pretoriana. Todo tiene el tono ocre que tendría la película La Caza –esa joya de Saura– de no haber sido en blanco y negro. La escena sabe a pana, gasolina, voz grave, aftershave. Frente a los europeos y burócratas hombres de negro, tan antiheroicos como ellos y al tiempo antagonistas suyos, en la política española tenemos a los hombres de pardo. Representan una costra dura de cicatriz de una herida endémica (no solo del sistema político, también social), no sé si incurable.
A los hombres –y a las mujeres, que haylas– de pardo los hemos visto o intuido en sus trapicheos bastantes veces, al fondo de una venta (o ventorro), haciendo el trasvase del interés común al particular. Como periodista, y también como ciudadana de a pie, me ha dado tiempo a contemplarlos a distancia. Confunden poder con mamoneo y personalidad con arrogancia. Creen que la política es esto, y que el mundo se divide en galgos y liebres. Rellenan como pueden los insondables boquetes de adentro. Desgraciadamente, proliferan. Algunos y algunas, incluso, presumen de ser lo que son y no se apean de su puesto ni a tortazos, porque durante décadas, y aún ahora, son el sueño húmedo de muchos que ya quisieran ser tan corruptos, putañeros, estúpidas, ignorantes, vacilonas. Los hombres de pardo son la representación de una sociedad pardilla. Por aquí vamos, por donde no se va a ningún lado.
Lo peor de los hombres y mujeres de pardo, de esta costra, es que impiden que la herida respire y se sanee, y que quienes tienen auténtica vocación de servicio público se vean tantas veces dándose contra el dique. También las he visto muchas veces, a personas honestas y válidas, duras de rendir, capaces de cambiar las cosas, que han acabado extenuadas de esta briega con todo lo pardo de su partido, del contrario, o de su pueblo. Frente a los hombres de pardo no valen (a la vista está), por falsarios, los políticos modernitos biempeinados campeones en el club de debate de su uni, que confunden la democracia con un análisis DAFO. Necesitamos lo que casi no hay. Pero existen, e insisto, también las conocemos. Ustedes saben a qué suerte de personas –nunca mejor dicho, eso de suerte– me refiero. Sin ser políticas, hacen más política que todos los políticos de ocre.
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