
Monticello
Víctor J. Vázquez
Melegek de Budapest
El título de este artículo parece el de una película americana pero simplemente responde a la otra tarde, en la que cerré mi agenda para saldar una deuda con dos exposiciones que tienen lugar en estas fechas en el Museo de Huelva. Lo cierto es que nada más entrar, agradeciendo el cambio de temperatura –la cultura refresca-, accedió al edificio una pareja, proveniente de Alicante, que decían que se habían topado con el museo por casualidad mientras paseaban. Así que faltará señalética o luces de neón, pero no puede ser. Como me crucé con ellos varias veces, escuché sus comentarios de sorpresa positiva. Pero a lo que íbamos, me dirigí directamente a la primera planta, donde estaban ambas exposiciones. Comencé por la Sala Siglo XXI, con la exposición titulada “Un chispazo de emoción”, una serie de obras pertenecientes a la Colección Olontia de Arte Contemporáneo, detrás de la cual está Pablo Sycet. Si no les suena su nombre, tecleen en Google y sorpréndanse/deléitense. Me fascinó la muestra. Más allá de la nómina de artistas congregados, qué belleza, qué maridaje. Me quedo en la retina con “Boxing” de Jaro, el “Pantone, more than pixel” de Txaber o “A la caza del arte” de Alejandro Gorafe, por ejemplo. Y no incluyo a Andy Warhol o Wild Welva porque no son sorpresa.
Justo al lado se abría paso la exposición “La Joya. Vida y eternidad en Tarteso”. Maravilla de principio a fin. Desde la primera vasija al carro tartésico. Una recreación de las excavaciones, muestra de lo hallado, y todo para poner en contexto que hace casi tres milenios, en esta esquina del mapa, en el occidente de Andalucía, la confluencia de los fenicios con los propios habitantes dio lugar a Tartessos, tal y como lo designaron los griegos. Una cultura diferente. Diferente en positivo. Y, curiosamente, las tumbas halladas en el cabezo de La Joya, el testimonio de la muerte, nos dan una perspectiva de la valía de aquella civilización, de lo avanzada y sofisticada. Del dominio estético y del dominio comercial, a causa de diversos influjos. No sé cómo denominaban entonces a este territorio, pero queda claro que era próspero, que había un importante intercambio cultural, y que había calidad de vida. Seguro que aquellos habitantes soñaban con un futuro próspero, como los romanos, como los árabes, que posteriormente se asentaron aquí. Ojalá rendir homenaje a esos ajuares, a aquella prosperidad, a nuestra historia. Quizás no sea utópico y aún estemos a tiempo de convertirnos en la Huelva que soñaron.
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