
La ciudad y los días
Carlos Colón
Torre Pacheco, un aviso
LA legislatura inviable está finiquitada: lo saben todos los grupos políticos presentes en las Cortes Generales. También los que integran el Gobierno y los que les apoyaron para armar la mayoría de la investidura de noviembre de 2023. La corrupción ha terminado por colapsarla, por más que Pedro Sánchez esté bunkerizado en La Moncloa porque su instinto político es resistir y, sobre todo, porque quiere retener todo el tiempo que pueda la capacidad de influir en la Fiscalía y de usar en defensa propia y de su entorno la Abogacía del Estado.
Pero el giro que ha tomado el caso Koldo/Ábalos/Cerdán es letal. Y definitivo. Tanto que Sánchez vive en una ficción al estilo de El sexto sentido o Los otros: en términos políticos está muerto y no lo sabe o no se quiere enterar. La disyuntiva “ultraderecha o yo” deja de ser efectiva cuando el dilema pasa a ser decidir entre corrupción o alternancia.
Porque la evolución de las investigaciones judiciales y la revelación de nuevos detalles y avances en las mismas no va a cesar. Al contrario: lo previsible es que vaya en aumento y la situación del Gobierno sea más insostenible día a día, semana a semana.
La composición diabólica del Congreso de los Diputados que alumbraron las urnas el 23 de julio de 2023 –que es la que ha permitido esta legislatura inviable a costa de una transacción corrupta como la amnistía y otras cesiones escandalosas– no permite vislumbrar por ahora un cambio en la correlación de fuerzas que augure el éxito de una moción de censura, someterse a una cuestión de confianza depende exclusivamente de la voluntad del presidente (porque así lo prevé la Constitución) y Sánchez no la presenta porque se arriesga a tener más votos en contra, lo que le obligaría a dimitir (también por mandato constitucional). Ese camino –el de la renuncia voluntaria– también lo ha descartado.
El fondo de la cuestión es que Sánchez no asume que debe irse. Y debe irse ya. Incluso debería saber irse pensando, por ese orden, en España y en el PSOE. Si se cronifica el daño continuado a las siglas es difícil saber si la organización podría mantenerse en la centralidad política, por sistémica que haya sido para la democracia española desde 1978, una vez que el sanchismo sea historia. La forma más acertada de irse, llegados a la miseria moral en la que ha sumido al Gobierno del Reino de España y su propio partido, sería retirarse convocando elecciones: darle la voz a los españoles que votan. Antes o después es lo que ocurrirá, lo único que regenerará el sistema.
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