Entre guerras

31 de agosto 2025 - 03:07

El año pasado, coincidiendo con el aniversario de su detención y asesinato a manos de la Gestapo, el presidente de la República francesa anunció que los restos del gran historiador Marc Bloch serían trasladados al Panteón de París, donde ya reposan los de otros heroicos resistentes del tiempo de la Ocupación alemana como Jean Moulin, Pierre Brossolette, Germaine Tillion o Geneviève de Gaulle-Anthonioz. Fundador, junto a Lucien Febvre, de la Escuela de los Annales, la más influyente corriente historiográfica del siglo XX, Broch era medievalista de formación y en este terreno publicó obras monumentales como La sociedad feudal, pero durante la Segunda Guerra Mundial, excluido de la universidad por su ascendencia judía, alumbró dos obras extraordinarias que iban más allá de su especialidad y siguen siendo una parte fundamental de su legado póstumo: Introducción a la historia –también llamada Apología, una excelente síntesis de sus métodos y objetivos, que nunca pierden de vista la utilidad pública del oficio– y La extraña derrota, referida a la innoble capitulación de su país frente a la agresión nazi. Al contrario que otros, Bloch vio clara la responsabilidad general de la sociedad francesa y especialmente de académicos e intelectuales, absortos en sus intereses que los alejaban de las preocupaciones ciudadanas. Ahora bien, aunque su visión era autocrítica, no puede decirse que él no se comprometiera en una lucha que le costó la vida. En el 39, con 53 años y seis hijos a sus espaldas, se enroló como voluntario, y más tarde reaccionó a la persecución integrándose en las filas de la Resistencia, pero ya había servido como sargento de infantería en la Gran Guerra, en la que alcanzó el grado de capitán y fue condecorado con la Legión de Honor. Gracias al sello Erasmus, podemos leer ahora sus menos conocidos Recuerdos de entonces, seguidos de unas Reflexiones sobre las noticias falsas durante el conflicto, y es inevitable hacerlo a la luz de todo lo que vino después. El joven veinteañero que habla de su experiencia en la campaña de 1914-1915, en el tramo inicial de aquella horrible carnicería, no es todavía el futuro maestro de historiadores, pero está claro que tanto el conocimiento del frente como las meditaciones asociadas influyeron en el hombre, un sabio honesto y valeroso y un genuino patriota. Treinta años después, frente al pelotón de fusilamiento, vitoreó a la Francia que le había negado.

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