Yo para ser feliz quiero un tractor

Mejor con tractores para pedir que sus mediocres sueldos se equiparen con los de los europeos y que los dejen de asfixiar con la burocracia infinita

Tractorada la pasada semana en la provincia de Huelva.

Tractorada la pasada semana en la provincia de Huelva. / Josué Correa

Yo para ser feliz quiero un camión, decía Loquillo y coreaban los Trogloditas. La frase siempre me ha gustado y la he gritado y bailado en conciertos y verbenas. Más allá de su letra original, conducir un camión me evocaba viajes largos, sin final, empoderada desde lo alto de un tráiler gigante surcando las carreteras del mundo. Como si nada malo me pudiera pasar. Como si pudiera, desde allí, imponerme y arreglarlo todo.

Ahora he venido a darme cuenta de que es mucho mejor tener un tractor. Ya no te digo si es amarillo… Eso sí que es empoderamiento. Ese bicho enorme y pesado, versátil para lo justo y lento, pero que muy lento, no solo es un instrumento de fuerza al que nada se le resiste, sino que puede incomodar muchísimo. No hay mejor palanca para el cambio, ni mejor altavoz para que te oigan. Uno solo puede poco –como en casi todas las cosas de la vida–, pero juntos dan problemas allí donde vayan y terminan haciendo su voluntad. Y, además, los tractores nos caen muy bien. Quizás porque los Reyes Magos alguna vez nos dejaron uno, limpio y brillante, sobre el sofá o porque arrastran dentro de su caudal simbólico todo eso que el hombre urbano añora: el campo, las vacas en un prado verde, el trigal mecido por el viento, el melocotonero preñado o un sembrado interminable de girasoles...

Corrijo entonces. Yo para ser feliz quiero un tractor. Es más, para que puedan ser felices, deberíamos comprarles unos tractores a todos los colectivos con problemas. El mundo sería mejor si, en lugar de manifestarse en la puerta de los hospitales con sus batas blancas y sus fonendos para volver acto seguido a pasar consulta, los médicos pudieran colapsar las ciudades con sus tractores. Deberían salir a la calle con sus tractores todos los que sufren los problemas de la sanidad pública, aclamados por sus miles de usuarios, atemorizando a la guardia civil y a la policía local hasta llegar a las puertas de los parlamentos, donde derramarían sus botes de Betadine… Y también puedo imaginarme una manifestación de tractores de universitarios. Nada de salir a la calle a manifestarse con sus lápices y sus microscopios. Mejor con tractores para pedir que sus mediocres sueldos se equiparen con los de los europeos y que los dejen de asfixiar con la burocracia infinita que quita miles de horas a la docencia y a la investigación; para reclamar que en la Universidad pública se puedan formar con dignidad todos los médicos, ingenieros y matemáticos que se necesitan y que se pueda investigar en condiciones para acabar con el cáncer o conseguir energías renovables.

Lo tengo claro: yo para ser feliz quiero un tractor, porque no solo es un arma imbatible para la reivindicación, sino porque, lo conduzca quien lo conduzca, con mayor o menor motivo, cae simpático y todo el mundo empatiza con él. Bueno, muy simpático y gracioso… hasta que nos impide ir al mercado a comprar las coquinas o llegar a casa desde el trabajo porque nos han cortado una carretera durante cuatro horas.

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