El lema que figura en las calles de un pueblito de Cáceres, Villasbuenas de Gata, es una frase atribuida a Galeano: "Mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, pueden cambiar el mundo…". La frase desde luego es un alegato contra la desesperanza, pero como me dijo un vecino de esa localidad también es una actitud ante la vida; gente que mira alrededor con respeto, sintiéndose pequeñita ante la naturaleza y el resto de la humanidad, mirando desde la humildad y no desde la prepotencia.

La activista Greta Thunberg dijo no hace mucho que nadie era demasiado pequeño para marcar la diferencia. Es evidente que esta muchacha tiene el deseo de transformar el mundo, y su apuesta es decidida, pero como diría Borges hay muchas personas que lo hacen incluso con mucha menos ambición, sólo necesitan "ignorarse un poco, agradecer que en la tierra haya música o acariciar a un animal dormido". Ser pequeños, sentirse alguien más, ayuda a que cuando el mundo se derrumba, que como hemos experimentado puede pasar en cuestión de minutos, seamos capaces de aliarnos con él para volver a construirlo.

Para nuestra mirada occidental pensar en pequeñito es desde luego un reto difícil, no olvidemos que es la que a lomos de la globalización es la que ha permitido que la sociedad de mercado subyugue a la economía, a la cultura e incluso a la diversidad. Una forma de pensar que nos invita a que sigamos corriendo, y eso a pesar de la catástrofe ecológica y la inmensidad de esta pandemia, demostración clara de la pedagogía de la catástrofe que ensayamos hace tiempo. Desesperadamente buscamos formas de consumo que no paren la máquina, y nosotros seguimos cabalgando, a ratos mirando asustados, a ratos ofendidos y a ratos desafiantes, pero sin dejar de correr.

Vamos ofreciendo opciones en esta columna para salir de esta crisis-oportunidad por nuevos senderos, existen alternativas que humanizarían a esta sociedad estresada, pero quizás la mejor de todas ellas sea la de pararnos y decidir ser Seres pequeños. Reconciliarnos, sentirnos una parte pequeñita de todo lo que nos rodea, y desde esa dimensión desarrollar una mirada crítica, solidaria y justa. Está en nuestras manos, es cuestión de decidir en qué queremos hacernos pequeños y contribuir así al nuevo mundo posible, decidir, aunque solo sea, "un hombre que cultiva un jardín, como quería Voltaire".

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