Rugby Prop

NArciso Rojas

Una cuestión de fe

SI lo que busca es convertir a su hijo en una estrella del deporte ya puede dejar de leer esta columna de hoy. No pierda su tiempo. El rugby no es su deporte, puede que sí sea el de su hijo, pero desde luego no es el suyo. El principal motivo por el que una persona juega al rugby es que se trata de un juego muy divertido. Las sensaciones que se experimentan son adictivas, tanto cuando lo practicas como cuando lo ves. Un entrenamiento de rugby es celebrado íntimamente durante las horas previas (vivir en la sala de espera de la felicidad). El juego se ha estructurado alrededor de unas reglas que están al servicio de unos valores que velan por que esto que le cuento sea así. La diversión por encima de todo.

El rugby es existencialismo en altas dosis. Un partido deja tras de sí una incomparable sensación de supervivencia y 80 minutos de vida un peldaño por encima del resto del tiempo que duramos en el planeta. "Supervida", diversión. Un viaje iniciático que nos planta cara a cara frente a la gran verdad, la que dice que a nuestro deporte no ha llegado aún el mesías. Es al mismo tiempo agnosticismo, hedonismo y metafísica. Sin maestros ni gerifaltes más allá de la voz interna de un cerebro en ebullición durante esa supervida de 80 minutos, metáfora de la que existe entre final y siguiente kick off, alter ego de lo cotidiano. Tú contigo, a solas. Enganchados al hwyl (escríbalo en google), todo a la vez; forma física, clarividencia mental, ganas de todo. La vida es el lapso de tiempo entre cada partido de rugby. Para conocer lo oculto o abrirle esa puerta a su prole está el club -Recreativo Bifesa Tartessos se llama el de aquí-. Es diversión y nada más, y detrás el aprendizaje. Nada dramático. Es solo un juego.

Si ha llegado leyendo hasta aquí es usted uno de los nuestros. Irá al rugby y será bienvenido, es solo una cuestión de fe.

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