La otra orilla

Javier rodríguez

El chiste del antivacunas

Que haya, a estas alturas de partido, personas que pongan en duda todo esto o se nieguen a vacunarse es desolador

A esto de los antivacunas sólo podemos encontrarle la gracia si nos gusta el humor negro, diciendo que las enfermedades de hoy ya no son como las del siglo XIX, cuando era habitual morir o vivir el resto de tu vida acompañado de las graves secuelas que provocaban carbunco, tétanos, rabia, tos ferina, cólera, difteria, peste, tuberculosis, poliomielitis, neumonía…

Si hemos pasado el último siglo sin sufrir una pandemia como la que ahora atravesamos es, en gran medida, gracias a que la medicina ha encontrado en las vacunas un gran aliado, no ya para curar enfermedades, si no para evitar su transmisión y sería imposible contabilizar el número de vidas que han salvado las vacunas contra esa lista de enfermedades de las que apenas sabemos nada, precisamente porque este avance las ha erradicado o convertido en algo residual. Ojalá la pregunta fuera sobre la causa de por qué hay sitios en el mundo en el que todavía no es así.

Que haya, a estas alturas de partido, personas que pongan en duda todo esto o se nieguen a vacunarse es desolador.

A su izquierda encontrarán a los que aducen con una mano que todo esto es un gran negocio de grandes farmacéuticas, mientras con la otra compran comida rápida que llevará a sus casas un ciclista mal pagado que no tiene derecho ni a ponerse malo. Y tienen razón: las grandes farmacéuticas sacarán un gran rédito de todo esto, es lo que tiene el capitalismo, al que lo mismo le da sacar partido del placer que de las desgracias y si quieren luchar contra él, adelante, colaboren con los que queremos construir otro sistema económico pero, lo mismo que no van a dejar de bajar al supermercado para comprar la cena mientras no haya otra alternativa, no dejen de comunicarse con sus seres queridos, no dejen de desplazarse ni de tomar medicinas que les curan o de ponerse vacunas, sólo porque con ello están enriqueciendo a alguna gran corporación.

A su derecha encontrarán a los adalides de la libertad que, como borregos, repiten los alaridos de algún radiopredicador o cantante trasnochado asegurando que nadie puede obligarlos a salir de un edificio en llamas o ponerse una vacuna con un chip con el que controlarán su mente.

Que conmigo no cuenten ni unos ni otros, tengo muchas ganas de abrazar a mucha gente y, venga de donde venga, me parece que la posibilidad de disponer de una vacuna contra la Covid-19 es la mejor noticia que he oído en mucho tiempo.

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