
El mundo de ayer
Rafael Castaño
Toda la vida por delante
Su propio afán
El director general de Diversidad de la Generalitat Valenciana, Stephane Soriano, se ha casado consigo mismo sin que a la boda le faltase un perejil, salvo la novia. Pero tenía madre y suegra llorando –o de emoción o de conmoción–, un convite por todo lo alto, muchos invitados del Partido Popular, tan contentos de su modernidad, y unas palabras finales del contrayente, por duplicado, primero como cónyuge, y luego como cónyuge.
Criticarlo es fácil, porque esta paradoja performativa socava todavía más la vapuleada institución del matrimonio. El amor propio es salutífero, tan natural como el aire que exigimos trece veces por minuto. Por eso no necesita formalización, sino mesura. ¿No estamos todos ya indisolublemente unidos a nosotros mismos desde nuestro nacimiento o, mejor dicho, desde la concepción? ¿No es el yo la única compañía de la que sólo muy traumáticamente podremos separarnos?
Como la crítica sale sola, me concentraré, mal que bien, en las lecciones aprovechables que nos deja la performance. Celebremos un inesperado eco de la olvidada indisolubilidad matrimonial. La única forma de romper ese matrimonio de Stephane con Soriano sería el suicidio. Aunque sospechamos que Stephane Soriano está deseando encontrar un amor auténtico y, entonces, querrá divorciarse de su ensimismamiento para recasarse. Lo que devendrá en otro símbolo: el matrimonio de verdad es la inmolación del yo en el altar de un nosotros.
La autoboda nos vale de terapia de choque. El contrayente-contraído ha explicado que todo surgió porque se comprometió con los propietarios de la Masía en la que ha celebrado la fiestuqui en protagonizarles una boda promocional en una fecha. Como venció el plazo, y no tenía con quién, pues se ha casado consigo mismo, ea, que es lo que tenía a mano. Lección: siempre hay intereses económicos detrás de estas novedades.
Lo último: esta boda no es un tipo legal y bien que la han celebrado. Y ese anarquismo, aunque sea a favor de la corriente de la postmodernidad líquida, se lo aplaudo. La ley tampoco ampara el pétreo matrimonio de una mujer y un hombre para toda la vida, y es el que yo celebré, y el que espero celebrar de los míos y de mis amigos, nosotros contra corriente. Están malbaratando la ley civil. Queda la de cada conciencia. Hemos de ser más audaces aún.
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