Un asunto personal

El entorno de la víctima de acoso tiene que asumir su parte de responsabilidad y actuar para erradicarlo

Toca rajarse las vestiduras. Pues se rajan y a quedar bonito, pero ¿qué se hizo antes para que no fuera necesario? ¿Nada o todo lo que se pudo? Esto puede aplicarse a más de una de las situaciones con resultados penosos o muy desgraciados, como el conocido durante esta semana, en la que una mujer -de 32 años y madre de dos hijos pequeños- se suicidó después de la difusión masiva entre compañeros de un vídeo de carácter sexual en el que aparecía, grabado hacía años y antes de casarse. Los hechos fueron conocidos por la empresa -Iveco- pero, según Comisiones Obreras, la dirección consideró que se trataba de un asunto personal y no laboral. Al final, las imágenes llegaron al que ya era su marido y, a partir de ahí, se produjo la fatal decisión de Verónica. El argumento utilizado por la firma para no tomar medidas, lamentablemente, suena mucho, es repetido, en el mundo empresarial y en el institucional. La afirmación de que un problema de acoso es un asunto personal es una manera cómoda de escurrir el bulto, para no implicarse ayudando a la víctima; lo mismo que también se busque algún comportamiento o característica suya con la que justificar lo que le ocurre. Como consecuencia, gracias a esto último se produce algo generalmente inconfesable por quienes lo sienten, sobre todo cuando hay envidia hacia la víctima o ha habido alguna discrepancia con ella: la dicha por el mal ajeno, lo que se conoce en el ámbito de la Psicología con un término alemán, la schandenfreude. Es posible que después de lo sucedido más de uno se haya arrepentido de su morbo y de su previo goce oculto tras el desenlace fatal, pero será difícil que admitan haberlos experimentado. Vergonzoso, ¿verdad? Pero permítanme que emplee algo más duro: repugnante.

Desdichadamente, el acoso moral, vaya o no acompañado de violencia física, no es algo puntual. Sucede más a menudo de lo que suele parecer y, por fortuna, no todo el que lo padece termina acabando con su vida; sin embargo, sí sufre la continuidad del hostigamiento, del trato vejatorio, del aislamiento y de otros fenómenos más que afectan a su equilibrio y salud. En la actualidad se tiene más conciencia del problema, por lo que se han desarrollado, en empresas e instituciones, protocolos de actuación; pero de nada sirven si no se activan, porque se etiquetan como asuntos personales y, muy especialmente, si no consiguen que el entorno de la víctima vea que también tiene su responsabilidad en la permanencia del acoso y actúe para erradicarlo.

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