“Clásicos”

Lo titulo entre comillas porque dudo de ese concepto con que califican algunas cadenas de televisión las películas que programan como tales. Lo pensaba cuando uno de estos canales nos ofrecía en esta sección “La batalla de las colinas del whisky” (1965), una ingeniosa y divertida parodia de John Sturges de los habituales tópicos del western, pero que me cuesta elevar a la categoría de clásico. En mi condición de crítico de cine, ejercida más de cincuenta años, más de treinta en este periódico y antes en el viejo Odiel y en la Cope, siempre me costó decidirme por las mejores películas. Recurriendo a las listas clásicas resultan imprescindibles “El padrino” (I y II parte, 1972 y 1974), de Francis Ford Coppola; “Ciudadano Kane” (1941), de Orson Welles; “El acorazado Potemkin” (1925), de Sergei M. Eisenstein,; “2001: Una odisea del espacio” (1968), de Stanley Kubrick; “Harakiri” (1962), de Masaki Kobayashi, en la fascinante galaxia japonesa de geniales realizadores como Kenji Mizoguchi. Yasujiro Ozu y Akira Kurosawa, el gran genio de esta cinematografía. Anotaríamos “Rashomon” (1950), pero ¿por qué no “Yojimbo” (1961), que me encanta y en la que se inspiró Sergio Leone para la realización de su película más taquillera “Por un puñado de dólares” (1964)? Y hablando de Leone su “El bueno, el feo y el malo” (1966), figura entre los títulos señeros de la historia del cine. Con todos mis respetos no creo que sea para tanto.

Pero en esta deslumbrante presencia del cine de Hollywood se echa de menos a Woody Allen y sus magistrales “Annie Hall” (1977) y “Manhattan” (1979) - ¿estos no son clásicos? -; y a buena parte del cine europeo, desde los primeros tiempos: “La regla del juego” (1939), de Jean Renoir; “Ladrón de bicicletas” (1948), de Vittorio de Sica; “Senso” (1954), “Rocco y sus hermanos” (1960) y “El Gatopardo” (1963), de Luchino Visconti; “El séptimo sello” (1957), de Ingmar Bergman; “Faraón” (2967), del polaco Jerzy Kawalerowicz, una “chef d´oeuvre”, entre tantas, que vimos en el Cine Club Huelva…

Este tipo de elecciones resulta un tanto aleatorio y obedece muchas veces a criterios muy subjetivos. Este espacio es escaso para catalogar tantos excepcionales trabajos cinematográficos que merecen la categoría de clásicos.