Visiones desde el Sur

Se acabó la magia

El nuevo año no solo no ha comenzado mejor para nuestros intereses, sino que los ha agraviado

Con el implacable paso de los días hemos enterrado un año y comenzado otro. Nos hemos vestido de conmemoración por unas horas para desearnos mutuamente, con la mejor templanza, un devenir propicio a nuestros intereses individuales y colectivos, afirmando casi -con cierto sopor etílico y cargados de buenas invocaciones en los más de los casos-, que, aquello tan socorrido de que ningún tiempo pasado fue mejor, es cierto. Y no tiene porqué, y perdonen que sea un aguafiestas en estos días de júbilo que todavía colean en nuestro ánimo y también en nuestra cartera, donde han dejado una profunda oquedad por aquello de no ser menos que el vecino.

Pero ahora ha llegado el momento de hacer cábalas, de salir de la ensoñación, de volver a la realidad, del mirar sereno y cauto que este espectáculo de luces de colores relegó a un olvido transitorio y… si fuéramos coherentes, nos daríamos cuenta de que el espejo nos devuelve la misma congelada imagen que teníamos, como no puede ser de otra manera; o, si acaso, algo más deteriorada de lo que estaba. O sea, que, por lo pronto, el nuevo año no solo no ha comenzado mejor para nuestros intereses, sino que los ha agraviado. Pero, así somos los seres humanos, siempre dispuestos -en cuanto se nos da una oportunidad- a encontrar en los rescoldos de la memoria al niño que fuimos, con el asombro en los ojos como bandera, y pensar que la ilusión, la plegaria, la magia y cuantas fantasías nos pone el poder instaurado para mejor engañarnos, pueden cambiar el estado de las cosas, y dejarnos llevar así, en alegría de fiesta por unos días -de la que luego renegaremos-, como sonámbulos, abducidos por cientos de miles de luces de colores y epatados por un ardor colectivo que nos parece necesario e incluso obligatorio. Pero, se acabó. Ya solo queda, al menos en Occidente, que tres magos entren por chimeneas y ventanas para maravillar a los más púberes y vuelta a empezar con la rutina diaria, la que por un tiempo hemos dejado aparcada en un rincón. Dentro de los capachos de la rutina estarán los problemas todos, de nuevo, esos que ensombrecerán nuestro ánimo y nos dirán qué cosa somos.

Porque, estamos sin Gobierno, aún. Y claro está, sin presupuestos -seguimos con los de Montoro, que tiene guasa-, y sin revalorización de los sueldos y pensiones, y sin leyes que se tramiten en un parlamento cuyos inquilinos llevan tocándose un tiempo las gónadas, y… en fin, bienvenido a la realidad.

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