
Alto y claro
José Antonio Carrizosa
Vox y el temblor de piernas
Alto y claro
En estos días los socialistas andan muy contentos. Es una sensación que, los pobres, ya tenían casi olvidada. Las revelaciones sobre los manejos presuntamente corruptos del ex ministro del PP Cristóbal Montoro le han dado un respiro. Es como si hubieran acortado distancias en un partido, el de los escándalos y las investigaciones judiciales, que iban perdiendo por goleada y los más optimistas incluso piensan que están a punto de empatar. Es el pulso del y tú más –tú eres más golfo todavía que yo– en el que la política española lleva inmersa desde hace ya demasiado tiempo y que tiene al común de la genta aburrida cuando no hastiada.
Estaría muy bien que las direcciones de los dos partidos sobre los que todavía descansan los cimientos de la democracia se pararan a pensar un poco dónde nos lleva todo esto. Y sin son incapaces de pensar, sensación que transmiten un día sí y otro también, podían dedicarse a mirar la letra pequeña de lo que dicen las encuestas. Todas coinciden: el apoyo a los partidos mayoritarios fluctúa poco, a pesar de la que está cayendo, y es Vox el que sube como la espuma. Y si se miran las proyecciones de votos por edad da escalofríos: los jóvenes entre 18 y 35 años abrazan masivamente la opción de extrema derecha y compran entero el discurso xenófobo, machista y radical que enarbolan sus líderes.
Aunque consta que se trata de una tendencia que no se produce sólo en España, el desgaste de imagen que experimentan PP y PSOE con sus broncas estériles y su falta de alternativas en temas tan sensibles como la vivienda da que pensar. Estamos bordeando de forma suicida la deslegitimación del sistema por parte de capas amplias de la población. El respaldo juvenil a una fuerza que, como hace Vox, cuestiona las propias bases del orden democrático debería de provocar alarma.
Pero ahí tienen a Sánchez y a Feijóo dedicados a tiempo completo a tirarse los tiestos a la cabeza y a contarse todos los días el número de imputados. Mientras tanto, uno se imagina a Santiago Abascal sentado tranquilamente en una hamaca contando los miles de votos que le van cayendo de uno y otro lado, sin hacer más esfuerzo que elaborar un argumentario cada vez más populista y radical. Con lo fácil que es eso.
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