Cuando uno planifica una invitación en su casa, la prepara, se anticipa a las necesidades y gustos de su convidado y evita que la velada pueda quedar a la suerte de la improvisación para que todos los presentes la disfruten. Pues esta forma de actuar tan evidente se puede aplicar a otros ámbitos de la vida, personales y profesionales. Varios acontecimientos de la semana me han llevado a recordar que nunca está de más ponerse en el lugar del otro o simplemente preguntarse: ¿Cómo me gustaría a mí que me tratasen? Y actuar en consecuencia.

Es innegable la fuerza turística que tiene la provincia de Huelva. El destino traza desde el año 2015 una senda de crecimiento sostenido, que sólo podrá mejorar si logramos fidelizar a nuevos clientes para impulsar el crecimiento de una actividad que representa casi el 11% del Producto Interior Bruto (PIB ) de la provincia y emplea de forma directa a una media de 16.000 trabajadores cada año. Sobran razones para tenerlo en cuenta y no solo eso, sino que estamos obligados a mimarlo.

Anualmente son alrededor de un millón de personas las que eligen Huelva para disfrutar de sus días de vacaciones o descanso, aunque ya el año pasado hubo una merma que llegó precisamente de la rebaja de visitantes internacionales (-14,94%), el colectivo que hay que potenciar para poder crecer, porque el cliente nacional ya se ha estabilizado. Estos días se ha hablado de los cruceristas, una vez que el Ayuntamiento ha ideado un plan para ofrecer una agenda al turista que le anime a quedarse en la capital.

Todo suma y bienvenidas sean las iniciativas siempre que contribuyan al crecimiento del sector y a la dinamización de la ciudad. Pero, no empecemos la casa por el tejado.

Si queremos que lleguen visitantes, debemos estar preparados para ello y si lo primero que hacemos cuando vemos a alguien es saludarlo, lo principal es estar en condiciones de poder comunicarnos con ellos. Hay que formarse, formarse y formarse (hasta la saciedad) para ser capaces de recibirlos como merecen, ¿qué menos que saludarle en su lengua materna? ¿Qué menos que las cartas de los restaurantes estén traducidas, o que los horarios comerciales y de la hostelería se adecuen a sus hábitos de vida? No caigamos en la crítica fácil, en autolimitarnos y seguir perdiendo el tiempo en discutir mientras pasa la oportunidad y otros aprovechan el tiempo. Aprendamos de los aciertos de los demás y no los descartemos porque se le han ocurrido a otros... Muy cerca tenemos un espejo al que mirar, Portugal, donde hasta el comerciante más artesanal habla castellano para hacer más agradable la visita de los onubenses y resto de españoles que cruzan la frontera para pasar un día de descanso, o donde el camarero te explica con detalle (en tu idioma) la receta de su plato estrella...

Les tengo que reconocer que en más de una ocasión me he dado la vuelta para traducir preguntas tan habituales entre visitantes como ¿cuánto cuesta esto?, ¿por dónde puedo llegar a ver tal lugar? o ¿qué es este plato que se recomienda? Porque muchas veces, con toda la buena intención, que de eso no falta en esta tierra nuestra, lo que se hace es contestar de forma más pausada, pero en castellano.

Si queremos un cliente de calidad, el servicio ha de ser profesional y éste no llega sin formación. ¡Welcome to Huelva!

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