Enhebrando

Manuel González Mairena

Volver

Segundo día de la segunda semana de septiembre. La normalidad es algo que va tomando cuerpo. Rutina, vuelta al cole, horarios. Un calendario fijo. El primer día de vacaciones le pregunté a mi mujer qué día de la semana era, para dejar claro el desorden de las cosas. Pero ahora estamos en otra realidad. Ya he estrenado mi agenda Moleskine con anotaciones y no tengo claro cuántas seré capaz de incumplir.

Retomas el contacto con tus compañeros y algunos han llegado con la cara más relajada que un bebé recién comido. Morenos como un tizón. Hablan de no horarios, paseos y siestas playeras, libros leídos. Están a un paso de la vía unitiva. Desde luego, no es mi caso. Yo coincido más con un amigo que me crucé a principios de agosto y estaba deseando volver al trabajo para descansar un poco. Aquí también existen dos grupos: los que están de vacaciones y quienes están de veraneo.

Quien pierde la cuenta de los planes, estuvo pendiente de calendarios y quedadas, ha abierto el maletero en incontables ocasiones recontando el número de toallas, cubitos de playa, sillas, sombrillas o directamente maletas, no ha estado de vacaciones. Esa gente, entre las que me incluyo, lo que hemos hecho es veranear. Un verbo, y, por tanto, conlleva acción. Veranear. Nada de vacaciones. Veraneo, antítesis de tranquilidad.

Una de esas actividades es viajar. La carcasa de la felicidad, una maleta. Días en los que tengo un único cajón que mi mujer va poco a poco colonizando. Quedando una irreductible aldea gala de pijama y ropa interior. Espero que mis hijos guarden algo de los paisajes, de los nuevos lugares que pisamos. Pero la memoria y la infancia son aventuras de fantasía. No sé qué les quedará de todo esto. Mi padre siempre me echa en cara que de niño me llevó a la Alhambra y mi único recuerdo fue un gato con el que estuve jugando. Pero no es cierto, de aquel viaje recuerdo un juguete de pingüinos en hilera que subían por una escalera y se tiraban por un tobogán azul, y también la nieve. Si el ciclo de la vida es justo, los míos quizá recuerden que evolucionaron un Pokémon en Santillana del Mar, el baile con una tortuga gigante en el Algarve, un columpio en Aroche, o que les invitaron a refrescos por mancharse de pintura en la Canoa a Punta Umbría. Y tendrán sentido.

Fragmentos. Surcos. Sustrato. Como la arena que se acumula en mi maletero y me recuerda que el verano se ha ido. Lo demás ha vuelto

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios