Francisco Revuelta

Vividores de la política

Políticamente incorrecto

DE modo coloquial, la política está ahí y habrá quienes no se le acerquen, ni se interesarán por conocerla lo más mínimo. Otros, sin embargo, la observarán o querrán saber pero sin tocarla. Y, otros, se implicarán en grados diversos, se convertirán en hacedores de la política, en los que se comprometen con estrategias, ideas, personas y lealtades, y un significativo grupo de éstos, al final, llegarán a vivir de ella. Desde hace tiempo, ha habido un deseo por averiguar cuáles son las razones que impulsan a participar en la política, máxime en épocas en las cuales se encuentra con una cierta dosis de descrédito, como en la actualidad. Se han efectuado estudios y se han mencionado aspectos tales como el prestigio social, los programas, la sociabilidad, las obligaciones, el juego, el propósito, la adulación y otros tantos. En un principio, todo es aceptable, siempre y cuando se respeten determinadas reglas y se responda a unos perfiles mínimos de coherencia ideológica, como es esperable. Podrá, por ejemplo, caer mal o bien que alguien busque el halago por esta vía, pero está en su derecho, y es admisible si satisface dichos perfiles. El problema reside en los que se podrían denominar vividores de la política. En éstos las motivaciones transcurren por otros derroteros, con una gran variedad de posibilidades y de combinaciones. Aquellas pueden ser, entre otras, meramente económicas, del poder por el poder e, incluso, de psicopatía enmascarada dentro de las organizaciones, lo que facilita el surgimiento de un campo abonado para la hipocresía, la falsedad, la sinrazón, las luchas egoístas y la manipulación abyecta.

Ante esta circunstancia, hay, pues, que alcanzar la sabiduría de distinguir entre quienes legítima y loablemente viven de la política, al ejercer una actividad necesaria para el propio desarrollo de las democracias, y quienes son pura y sencillamente vividores de la política -que vienen a ser como los procesos infecciosos o la proliferación desordenada de células que acaban minando la salud de un cuerpo-, a los que se debe combatir y para los que conviene tomar medidas preventivas, pues terminan afectando, sin lugar a dudas, a la calidad democrática. En esta labor curativa y protectora participamos todos. En primer lugar, los partidos políticos. Con el paso de los meses y años, en las organizaciones están identificados, con nombres y apellidos, pero hay quienes les tienen miedo o los usan para sus intereses, a pesar del daño que causan, sin distanciarse de ellos o sin dificultarles el ascenso. Han de dejar de ser cómplices y responsables. Y, en segundo, la sociedad, haciendo uso de su capacidad crítica, poniéndolos en evidencia y dirigiendo adecuadamente su voto. De los vividores de la política que no militan ya hablaremos otro día.

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