Escribo a mano estas palabras que después convertiré en píxeles. Escribo a mano porque es el trazo en que confío. Esa forma curva. Ese milagro que convierte los pensamientos en tinta ante mis ojos. Algunos lo llamarán neurociencia, yo lo llamo amor. Porque las noto mías, engendradas en este folio que reniega de su blanco. Amo las palabras que nacen de mí porque no me pertenecen, porque nacieron antes de otras manos, pero me dan el placer de darles la forma de esta caligrafía propia. Las amo desde pequeño. De ahí que en mi estantería reposen libros de cuando apenas tendría cinco años, cuando venían a mí escritas por otros, participadas en mi voz o en la de mi madre o mi padre. Y entre párrafo y párrafo empezaron a colarse algunos versos. De aquí para allá: aquellas rimas consonantes, aquellos pareados, aquellas ingenuas adivinanzas, las fábulas con aquellas moralejas finales. La poesía. Entonces no tenía ni la más remota idea, pero me cambiaría la vida.

Cuántas horas dulces y amargas. Cuántas lecturas. Cuántas emociones y experiencias, más allá de las hojas. A Miguel Hernández le debo un viaje hacia la luz desde la oscuridad. A Bécquer, un delito ya prescrito, al fotocopiar ilegalmente una edición de consulta y no prestable del “Libro de los gorriones”. Juan Ramón Jiménez me regaló un trienio de versos y conocer a quienes admiraba de lejos. Gonzalo Rojas nos inundó con su palabra e Hispanoamérica dejó de estar al otro lado del Atlántico. El goce de la locura me lo dejó Alejandra Pizarnik en una piedra aún llameante. A quienes ganaron el extinto Premio Andalucía Joven de Poesía les debo ser doctor, esa fórmula que impide la sanación de nadie, excepto la de uno mismo. A César Vallejo, a “Los heraldos negros”, concretamente a esos “golpes en la vida, tan fuertes…”, le debo mi oficio y mi salario. Sumando a amigas y amigos de encuentros, presentaciones, tertulias y noches de vino y rosas. Incluso le debo el que trabajara en la radio, casi una década, y que ahora sea youtuber, en Las Afueras, al realizar un programa mensual de entrevistas literarias.

Así que, escribo a mano, este 21 de marzo, otro año más que celebrar juntos, consagrado por la UNESCO como Día Mundial de la Poesía, mientras duermes y procuro no hacer ruido en esta casa donde me dices que ya no caben más libros de poesía, que están llenas las estanterías y los muebles, que no hay huecos en las paredes ni espacio. Que es imposible. Pero amanecerás tú para demostrarme lo contrario.

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