La crisis del coronavirus ha dado un varapalo a todo el mundo. Ha puesto en jaque muchas cosas. Se ha colado en cada rincón de nuestras vidas hasta el punto de infectar a más de 190 países, llevarse 150.000 vidas por delante y dejar más de dos millones de contagios. El contador sigue y entretanto, sufrimos los efectos de una pandemia que no tiene precedentes: rompe la estabilidad, transforma radicalmente nuestras rutinas, también la de empresas y organizaciones y -aquí llega lo importante- exige medidas que aporten una solución urgente. Pues miren, el bicho que convive con nosotros desde hace meses ha puesto al descubierto deficiencias que bien se merecen un suspenso general (ahora que está tan de moda lo contrario).

Después de 36 días en casa, les confieso que echo de menos una gestión que respalde a los sanitarios, al menos con equipos de protección que garanticen su trabajo (no es nada del otro mundo) y una comunicación directa, sin teatralidad y con un mensaje claro que no me haga dudar tanto como están consiguiendo que lo haga cada día.

Después de más de un mes, no necesito que me digan lo que ya he comprobado. Mejor, lo que me ha enseñado el virus por sí mismo. Que mata, que se lleva por delante la libertad de poder dar un abrazo a mis familiares, de despedir a mis seres queridos o de salir a la calle por el bien de todos nosotros. Después de más de treinta días, la Covid-19 ya se ha encargado de anunciar que hunde sectores esenciales de la economía y que tiene la fuerza suficiente como para enfilar una retahíla de regulaciones de empleo que complican aún más el día de después.

Después de cinco semanas, a los gestores les pido un mensaje claro, directo. No quiero una confirmación de lo que ya todos sabemos desde hace diez días, ni que tenga la sensación de que damos un paso atrás para no saber si es bueno o no lo que antes me decían que sí era recomendable. Porque les aseguro que si al principio del confinamiento tenía claro que las protecciones eran para las personas contagiadas y sanitarios, hoy ya no sé qué pensar, después de que hayan dicho que era mejor llevarlas, pero , eso sí, no hay manera de hacerse con una...

Quiero sinceridad y transparencia. Contundencia y que no me escondan datos para poder hacer un análisis certero de la realidad. Y -por la parte que me toca- que dejen a los medios de comunicación hacer su trabajo sin que cada día tengamos la sensación de que debemos sortear un cúmulo de obstáculos para poder llevar la información a los ciudadanos.

Señores, no hay una fórmula magistral. Es verdad que lo que hace una hora era apropiado, se queda obsoleto rápidamente. Por eso sólo les pido tres cosas: sentido común y competencia, tanto profesional (como en cualquier otro puesto de trabajo) como personal . No hace falta más.

No hay tiempo para preparar y ensayar mensajes que funcionan muy bien en campaña o en épocas de ganancia. Ahora es muy distinto y no hay un referente al que mirar.

Lo del aprobado general no me convence, así que de momento lo tengo claro: suspenso general.

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