Quimeras

El cruce entre especies diferentes ha estimulado desde siempre la imaginación de los mortales

De acuerdo con los descubrimientos de la genética, los europeos actuales conservamos restos de los neandertales con los que nuestros antepasados 'sapiens' se cruzaron antes de que los primeros, que al parecer no eran tan primitivos, desaparecieran de la faz de la tierra. Somos por lo tanto híbridos, aunque el sorprendente mestizaje tuviera lugar entre especies estrechamente emparentadas, que por lo demás no fueron las únicas que convivieron hasta que hace unas pocas decenas de miles de años los humanos modernos, procedentes de África o tal vez evolucionados en una misma dirección desde comunidades muy distantes, se quedaron solos en el planeta. Esta moderna evidencia era impensable para los antiguos, pero el cruce entre especies diferentes ha estimulado desde siempre la imaginación de los mortales que soñaron dioses con atributos de bestias, entre ellos los famosos del país de los faraones, o combinaron los rasgos de los animales conocidos para concebir criaturas monstruosas como las quimeras de la mitología griega, herencia de un estadio muy arcaico que aparece ya documentado en las pinturas rupestres. Los estudiosos hablan de teriomorfismo para designar esas inquietantes figuraciones en las que seres de aspecto humanoide asumen parcialmente la condición de toros, chacales, halcones o serpientes, mixtos o desdoblados por obra de rituales mágicos que se remontaban a la noche de los tiempos. El olvido de los mitos confinó ese espantable imaginario al terreno de las fábulas o las pesadillas, pero andando los siglos ha sido la ciencia la que se ha propuesto traspasar la barrera entre las especies. Cuando el gran H.G. Wells publicó, a finales del siglo antepasado, La isla del doctor Moreau, un clásico del sci-fi que ha aterrorizado a generaciones de lectores, en Inglaterra se discutía sobre la ética de los experimentos de vivisección, que comparados con los avances de la actual ingeniería genética parecen un juego de niños. No sin perplejidad leemos de los investigadores que en los últimos años han conseguido alumbrar híbridos de cerdo y mono, con la intención de abrir el camino al cultivo de animales que convenientemente alterados podrían albergar cosechas de órganos humanos destinados a los trasplantes, o hace sólo unos días de los ingeniosos artífices de máquinas vivientes que emplean material biológico para diseñar cucarachas cíborg o robots que son casi organismos hechos de células de rana. No dudamos de su noble intención de salvar vidas o mejorar las condiciones del medio ambiente, pero por si acaso rogamos a los viejos dioses teriomorfos para que todo ese conocimiento no caiga en las manos equivocadas.

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