La guerra está dentro de las fronteras de Europa, es incuestionable pensar que Ucrania y Rusia son parte de la historia cultural del viejo continente. Y poco a poco la guerra va colándose en el imaginario colectivo de la ciudadanía, y es que el miedo y los mensajes públicos belicosos calan inevitablemente. Realmente la guerra nunca ha dejado de estar ahí al lado, incluso con la misma ferocidad que ahora, pero Asia o África no son el patio de nuestra casa y eso nos protege psicológicamente. Ante lo que ocurre ya empiezan a producirse algunos debates políticos: ¿mediación o rearme? ¿negociación o intervención? Debates que también han de ser afrontados por cada uno de nosotros, porque igual hemos de decantarnos por alguno de ellos en algún momento.

A estas alturas ya más de 140 países han votado a favor de una resolución que condena la invasión y pide la retirada de las tropas rusas, pero sin embargo es una resolución de paja porque el Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas no la avala. Esto demuestra que las instituciones internacionales no tienen capacidad para imponer la NO GUERRA, algo que tendrá que revisarse si salimos de ésta, ya que la capacidad destructiva de Rusia pone en entredicho nada más y nada menos que la existencia de la humanidad.

A pesar de esa incapacidad manifiesta, opino que la diplomacia y las conversaciones de paz no pueden parar; la actitud debe ser obstinada, hablar y hablar hasta contener la hemorragia. Ese debe ser el rol de la Unión Europea, liderar y mediar de manera incansable. Para avivar el conflicto ya están otras instituciones como la OTAN o los mismísimos Estados Unidos de América, pescadores en río revuelto aventajados ¿cuál es nuestra opinión? ¿hasta dónde debemos dar una oportunidad al diálogo?

Por otro lado, las cuestiones pendientes de la humanidad antes de la guerra y durante la pandemia no han desaparecido. A pesar del horror que observamos, nadie debe hacernos olvidar que el cambio climático, el desarrollo de los pueblos del sur o el acceso universal a las vacunas, por ejemplo, siguen siendo asuntos pendientes. No podemos pensar que son problemas secundarios, aparcados mientras lamentamos la locura de Putin, porque eso sería un efecto definitivo para nuestro planeta, quizás menos inminente que una catástrofe nuclear, pero igualmente definitivo.

La guerra no puede frenar nuestra mirada crítica, y esperanzada; sigamos soñando un mundo posible.

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