
El mundo de ayer
Rafael Castaño
Toda la vida por delante
Surcos nuevos
Escribo influido por una educación en colegio de religiosos, solo para chicos, en el que nos enseñaban los dogmas del catolicismo. Buena parte de estos no resistieron el enfrentamiento con lo que la razón me dictaba y se fueron desvaneciendo a lo largo de la juventud. En el interior de mi mente debe quedar seguramente un poso de aquellos años, pero también en un nivel más consciente me siento heredero de algunas doctrinas de aquella Iglesia que, aliada a la dictadura, como una madre dominante, imponía sus normas -y no solo las estrictamente religiosas- al conjunto del país. Respecto a los textos que sirven de base a esas creencias, mi opinión está escindida: el Antiguo Testamento lo considero como una obra sin rigor histórico, terrible y magnífica, en la que, junto a fragmentos admirables, hay aberraciones que chocan frontalmente con el pensamiento moderno, cuando es civilizado; en cambio, buena parte del Evangelio me parece vigente y pienso que puede servir de guía a los humanos de hoy.
También me encuentro dividido en otros aspectos. Empezando por su cúpula, si la Iglesia fuera una democracia en vez de una gerontocracia, y permitieran votar a los disidentes, mi candidato habría sido el papa Francisco. El balance de sus seis años de Pontificado me parece netamente positivo, habiendo dado pasos significativos hacia el objetivo de que "una Iglesia autorreferencial, encerrada en sí misma, saliera hacia las periferias existenciales: el misterio del pecado, el dolor, la injusticia, la ignorancia,…". El problema reside en que, mientras algunos de sus seguidores traducen su fe viva en actos de caridad, ya en su entorno de origen o partiendo a los lugares dejados de la mano de Dios y entregados a la codicia humana, otros parecen anclados en ideas que quedaron anticuadas ya en el siglo XX.
Luego están los grandes escándalos que condena el juicio de una opinión pública muy sensibilizada. Hablo, por ejemplo, de la pederastia que ha afectado -infectado- una parte no pequeña de un estamento comprometido para mayor escarnio con el voto de castidad. Aquí es tan necesaria la catarsis (del griego: purga, purificación) como corregir el mal desde sus raíces. No soy experto, pero tal vez habría que reflexionar sobre el anacronismo que supone el celibato eclesiástico. Y de paso, reconocer a la mujer el lugar que le corresponde en la liturgia y las estructuras eclesiásticas.
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