M E permitirán que contraríe el título de la obra teatral de John Osborne, Mirando hacia atrás con ira, que fue una especie de santo y seña de los jóvenes airados. Los young angry man, un grupo de escritores británicos que con sus creaciones artísticas se enfrentaron al sistema sociopolítico de los años 50 del siglo pasado, destacando singularmente en la literatura, el teatro y el cine. La obra de Osborne, en la corriente del llamado free cinema y en manos de Tony Richardson, con Richard Burton y Claire Bloom como protagonistas, logró internacionalizar aquel movimiento y generar nuevos títulos igualmente característicos e inolvidables. Un revulsivo en la cultura a través de las artes más populares propició un cambio favorable en el ámbito social más allá de sus propios destinos-

Nuestra mirada es más cercana. A un atrás más inmediato: el de un año que se va y cuyo recuento no puede ser más nefasto. Consecuencia del anterior, igualmente amargo o aún más aciago, éste que mañana nos deja - a Dios gracias - ha sido maldito y despreciable. Pero nuestra visión, desde la ética profesional del periodismo, que siempre tratamos de ejercer con serena objetividad y ponderación, no puede estar inducida por la ira. Aún así es difícil sobreponerse a muchos de los acontecimientos que han jalonado este penoso 2021. Más allá de la dramática estela de la pandemia con sus luces -las vacunas, las nobles actitudes ciudadanas, el esfuerzo sanitario…- y sus sombras -la incapacidad de un ejecutivo (denominado por muchos con el título que Mary Shelley dio al siniestro protagonista de su terrorífica novela) para reaccionar a tiempo, la falta de un instrumento jurídico que regule igualmente la acción unitaria de las comunidades autónomas, la improvisación…-, el orden -o mejor dicho el desorden- político, la incompetencia… ha dejado mucho que desear.

Y es que en un régimen democrático no se puede gobernar desde posiciones de poder e intervencionismo sino desde principios de concordia. Y mucho menos tratar de pulverizar lo que no se domina. No es admisible que desde el propio gobierno, de algunos de sus miembros, se desprecien y ataquen las instituciones que integran el orden constitucional y el Estado de Derecho y por supuesto que socios del ejecutivo que le apoyan en las cámaras, atenten contra el indisolubilidad del país. Oíamos o leíamos días atrás que etarras como David Pla y Elena Beloki entraban en la cúpula de Sortu, entidad relacionada con Bildu, sostén del gobierno en la aprobación de los presupuestos. O como en Cataluña se están conculcando impunemente decisiones jurídicas, incumpliendo la sentencia del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña que ordenaba impartir el castellano, como mínimo, en el 25% del horario escolar. Una espinosa polémica con sospechosos silencios del gobierno. Ante tan grave problemática muchos se preguntan ¿es éste el gobierno que necesitamos para tan adversas circunstancias? ¡Feliz Año!

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