Juanma G. Anes
Tú, yo, Caín y Abel
Los afanes
La sabiduría popular, la tradición oral, encierra verdades como puños. Y a pesar de que en estos tiempos estas transmisiones se pierden en favor de los WhatsApp y las fotos de Instagram, no debemos olvidarlas nunca. Uno de esos dichos populares es el que indica: "No hay más cera que la que arde". Y aunque debemos dar margen al éxito o al fracaso, se nos vino ese refrán a la cabeza cuando este lunes los nuevos ministros del Gobierno de España juraron sus cargos ante el Rey.
La cara de Felipe VI mientras escuchaba las promesas de los unos y de los otros, se parecía a las del príncipe Harry y Meghan Markle en los actos oficiales de la corona británica. Como si un sueño circulara por su cabeza y la llenara de deseos de "cumplir la obligación". Y es que este nuevo Gobierno, forjado a golpes de renuncias, está repleto de mentira y de ignorancia. Que hay voluntad, no lo dudo. Que hay ilusión, tampoco lo dudo. Pero la realidad nos dice que no hay más cera que la que arde.
Escribía Unamuno en un artículo: "Convierte tu acción en pensamiento si quieres poner tu pensamiento en acción". Pero ¿sabemos que es la acción? ¿y qué es pensamiento? ¿o a qué pensamiento y a qué acción nos referimos? Sánchez, y sus asesores, se han equivocado, y han eludido eso de convertir la acción en pensamiento y meditar sobre la ética y la estética, para, posteriormente, poner el pensamiento en acción. Este nuevo Gobierno es de acción y no de pensamiento. Escribía Lemcke en su Estética: "El hombre más limitado y ramplón es para largo tiempo mejor compañero que el ingenioso". Pero a Lemcke se le olvidó añadir que la mentira y la ignorancia nunca podrán ser buenas compañeras. Decía Quevedo que son tontos todos los hombres que lo parecen y, además, Quevedo añadió: "Y la mitad de los que no lo parecen". Esta vertiginosa ola de fachada, esa que nos mostraban los ministros en la promesa de sus cargos, llegó a ser solo eso, fachada, aunque a veces me pregunto si la fachada no implica impotencia.
Varios lectores de esta columna indicaron la pasada semana que debíamos dar cien días de margen al nuevo Gobierno para poder opinar sobre ellos, para disponer de argumentos de crítica o de defensa. Para convertir nuestro pensamiento en acción, no sin antes haber hecho de la acción un pensamiento. Tiempo al tiempo. Y ojalá esté equivocado. Confíe solo en su sentido común, inclúyalo en sus obligaciones, deje a Hegel de un lado y sea un poco más Goethe. Desde luego damos margen de cien días, o de doscientos si hace falta.
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