Malos hijos

En Huelva no hemos sabido o querido darle a Tartessos la importancia que merece

La Historia de la Humanidad está llena de malos hijos. Malos padres, también, claro, pero sobre todo de malos hijos. Empezaron Adán y Eva (estos fueron los primeros en todo), les siguió Caín y a partir de ahí fue un despelote. Ha habido de todo: desde desagradecidos como el hijo pródigo hasta parricidas como Bruto, pasando por las ambiciosas niñas del Rey Lear y los hijos de otros muchos reyes. Las historias sobre malos hijos se pueden contar por centenares, y esos son los que se sabe, que si bajáramos al día a día la lista se agrandaría hasta el infinito. También hay que ver de qué grado de malignidad hablamos, claro, porque una cosa es que no hagan lo que se espera de ellos como hijos y otra muy distinta es hacer justamente lo contrario. Acción u omisión. En lo de escaquearnos de nuestras obligaciones somos especialistas los hijos de Huelva, por ejemplo. Nos va eso de mirar para otro lado, qué le vamos a hacer. A veces gritamos un poco, vale, pero se nota que lo hacemos de soslayo, como si no en realidad no tuviéramos muchas ganas o no nos lo creyéramos ni nosotros mismos. Cumplir con nuestro deber no es uno de nuestros fuertes, pero al fin y al cabo nadie es perfecto. Lo malo es que aquí también tenemos a los otros, a los que hacen justo lo que no deben. Los que actúan deliberadamente, como malos hijos, con acciones dañinas, intencionadas. Interesadas. También ellos son hijos de Huelva, y entre nosotros, que callamos, y ellos, que destruyen, se nos está quedando una provincia de lo más mona. Verán. En estos días se ha estrenado en todo el mundo un documental impresionante, nada menos que a cargo de National Geographic y conducido por un onubense -deberíamos estar orgullosos-, en el que han quedado muy claras algunas cosas. Primero, la enorme importancia histórica de Tartessos y, por defecto, de Huelva como cuna y puerto de la civilización más antigua de occidente. Nuestros antepasados empezaron a fabricar cobre, aquí mismo, hace más de 5.000 años.

Antes que nadie, y por eso vinieron a nuestras costas los más grandes pueblos del mundo. Lo segundo que se muestra en el documental (a quien quiera verlo, claro) es que, pese a todo lo que se cuenta, en Huelva no hemos sabido, o no hemos querido, darle nunca a Tartessos ni a nuestra vetusta Historia la importancia que merecen. Y lo tercero, lo peor de todo, lo más doloroso, es que hoy, a diciembre de 2022, cuando se nos presupone a todos más conocimiento y capacidades que nunca, en Huelva seguimos debatiendo si volvemos o no a enterrar los restos milenarios de nuestro primer puerto o si construimos cuatro mamotretos de no sé cuántos pisos sobre la (seguramente) necrópolis tartésica más importante del mundo, todo eso mientras en otros sitios se frotan las manos viendo cómo Huelva es despojada de su Historia una vez más. Cómo es devorada, sin piedad, por sus propios hijos. Los mismos que deberíamos protegerla.

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