Llega diciembre. Un velo de niebla cubre la estación invernal que anuncia su entrada. La ciudad y sus gentes se aprestan para la llegada de unas fechas que hablan muy directamente al corazón con sentimientos de amor, de paz de añoranzas, de familia reunida y también de soledades, de lejanías que en la distancia se pierden en el silencio de los años.

En los templos ya se exalta el Adviento con esa esperanza de vida nueva. En las calles todo se quiere adornar y preparar para unas fiestas que en verdad son celebraciones que hablan y cantan a nuestro espíritu más intimo. El plano urbano de la ciudad se ilumina con una señal de alegría. Queremos que luces de mil colores anuncien que está próxima la llegada de un Milagro especial. De un acontecimiento que se repite cada año, desde hace dos mil y veintidós veces, para mostrarnos un camino real que en la vida nos marca un destino eterno.

Cuando paseo por mis calles de siempre, noto que de lado a lado de ellas ya están puestas esas estructuras donde cuelgan bellos adornos que quieren marcar la alergia de unos días que siempre esperamos con ilusión.

Pero los tiempos corren y pasan sobre nosotros, cambiándolo todo. Vamos perdiendo el sentido de un ayer tradicional, que no es que fuera mejor ni peor, pero que al menos era más sincero, más claro, con lo que pretendía anunciar. Ya la luminarias de colores actuales, incluidas con ecos sonoros que nos maravillan, van dejando en el olvido aquellas guirnalda naturales con olora romero y yerbas frescas, aquellas campanillas doradas, aquellas figuras , sagradas en la tradicion, que nos evocaban la presencia de sus protagonistas más esenciales. Ya no vemos los letreros iluminado que nos deseaban "Felices Navidades" hoy lo sustituyen con ese frio saludo de "Felices Fiestas "que en realidad apagan los ecos religiosos de una festividades de las que muchos pasan página. Ya no hay grandes ángeles, con sus alas abiertas a la noche, que nos recuerden el Milagro de Belén. Todo se va sustituyendo por un tono impersonal de los días que conforman la Navidad. No nos detenemos a pensar, a meditar, que queremos unos días de Fiestas y las celebramos, precisamente por el hecho inconfundible de que estamos en Navidad, que quiere decir Nacimiento y esa figuras que recordamos en un humilde portal, es nada menos, para muchos, el principal eje de nuestra fe y creencias cristianas. Diciembre será por los siglos, ya van veintiuno, el mes señalado y marcado para exaltar el Nacimiento de Jesús, ese Niño Dios que trajo al mundo la autentica revolución del Amor. Nuestra Navidad, sencilla, provinciana, siempre tendrá el encanto interior de una celebración única para los creyentes, porque en ella forjamos un mundo renovado de caridad, de solidaridad, de entrega con los demás en esa hermandad que bajo la Estrella reluciente que un día guió a unos Magos de Oriente, vuelve a nosotros para ofrecernos la autentica, la única Luz que puede orientar al mundo en un destino de universal humanidad.

Que las luces sin alas celestiales tradicionales, nos hagan llegar al Portal de las mejores emociones en nuestra común fe cristiana.

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