En literatura, la exploración de los márgenes, de las fronteras, no sólo geográficas sino también aquellas que atañen a lo vital, a lo relacionado con los sentimientos -esas oquedades-, las pasiones, los celos, la venganza, el odio…, incluso el mundo de las elucubraciones todas, son el caldo de cultivo con el que trabaja el escritor, porque, al fin y al cabo, de lo que se habla es de la condición humana, algo que no pareciera modificarse muy mucho con el paso de los siglos: como si estuviéramos condenados a iterarnos cometiendo los mismos errores.
Pero, en política, tal actitud dispersa, resulta ingenua, inoperante o, en su caso, digna de llamarse por apelativos más gruesos. Asomarse a las noticias diarias, a lo que se nos cuenta, supone cada vez más, un duro golpe a la inteligencia.
Y eso es lo que se prodiga en nuestros días con los dirigentes -tanto a nivel estatal, autonómico o municipal- que gobiernan este país que hollamos llamado España, y en el que sufrimos las inclemencias generadas por burdas afirmaciones, acompañadas por lo general, con un cúmulo de denuestos que solo pueden tacharse de mezquinos y de ruines en la mayoría de los casos, además de ofender como decía, la capacidad para interpretar lo que está ocurriendo de verdad, en este solar en que habitamos y que, unos por un extremo de la cuerda y otros por otro, quieren arrastrar a posiciones que a criterio de quien escribe, no son de recibo ni están justificadas por mucho que las nuevas hornadas de uno y otro bando así lo manifiesten mil veces seguidas y otras mil más si lo desean.
Estamos faltos de estadistas, de personas con capacidades suficientes para entender la esencia de los problemas que nos atañen y darles soluciones; porque, esto, y solo esto, es lo que nos interesa: entiéndalo todos. Los asuntos internos de los partidos políticos o la independencia o no de Cartagena, a la mayoría de la ciudadanía le importa una higa. Veamos, la ciudadanía quiere tener un trabajo, un lugar en donde guarecerse, comer algo al menos tres veces al día, poder criar y educar a sus hijos, tener una sanidad eficiente, envejecer con dignidad y… poco más, miren ustedes.
Porque, cuando bajamos -en literatura- al relato o al poema, en donde debe quedar lo esencial y desechar cuanto es prescindible, resulta que la política actual embarranca o se precipita por extraños abismos que hacen ilegibles e inaceptables los discursos que se nos narran.
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