El guarán amarillo

María Antonia Peña

Fresas

Me gustan solas, con azúcar, con naranja, con chocolate, con nata o con leche condensada por más que sea esto último un pecado mortal para la salud y para la dieta. No digo que sean las mejores del mundo porque no he probado todas las que se producen en el mundo, pero, las de Huelva me parecen muy buenas. Desde hace ya bastantes semanas tengo el disgusto de no encontrarlas en el mercado y, por eso, comencé a segregar jugos gástricos cuando, durante la semana pasada, vi las redes sociales invadidas por las fresas. Las había en primer plano, en cajas de madera, en envases de plástico, en la mata, apiladas o en solitario. Al principio, las imágenes llevaban el eslogan “Yo como fresas de Huelva”. La temporada de producción ya ha terminado: a punto estuve de coger un rotulador fluorescente para tachar el “como” y poner un “he comido” o de preguntar “¿Y dónde las compras?”. Al final, decidí sentarme con el cartucho de pipas a observar el comportamiento sociológico de la población persuadida de que la capacidad de los españoles para hacer memes y para embarullarse en la contradicción es inconmensurable.

Las sorpresas no tardaron. Si alguien no compartía el “Yo como fresas de Huelva” corría el riesgo de convertirse en un Thomas Stockmann cualquiera al más puro estilo Ibsen, así que se empezó a ver de todo: “Yo como fresas cultivadas sin pozos ilegales”, “Yo como fresas y protejo Doñana”, “Yo como fresas si no perjudican a Doñana”, “Yo como fresas regadas legalmente”. Pobre fresa, hermosa y roja, convertida en arma arrojadiza. En Facebook, un señor, preso del furor contra el presunto boicot que se le había hecho a un producto que ya no circula, sugirió que nadie fuera a comprar a los supermercados alemanes y una señora le pidió que, por favor, no pidiera eso porque su hija acababa de conseguir un contrato de cajera en fijo discontinuo. Entonces, se le ocurrió a otra que mejor no nos compremos lavadoras de la marca Bosch y otro contestó que nada de tonterías, que su hermano había abierto una tienda de electrodomésticos y no tenía gana ninguna de comerse con papas su stock. Así es la cosa, entre fresas, yogures del Aldi y lavadoras de carga frontal, todos somos parte de esa fila de fichas de dominó que, puestas en vertical en equilibrio frágil, se exponen a caer en cadena en cuanto a una le llegue un soplo de aire. Por eso es mejor que nadie sople y menos aún que nadie estornude y lo ideal sería, en cambio, que todos nos demos un paseo por un supermercado de un barrio de Estocolmo o del centro de Hamburgo para comprender cómo funciona el mundo y qué piensan los que compran nuestros productos.

Llegados al paroxismo, alguien, pletórico de retranca, colgó en las redes “Yo como higos de Lepe” con la imagen de un jugoso higo partido por la mitad. También me encantan los higos y, al comerlos, me vibra el alma recordando a mi padre cuando en la mesa de la cocina me decía, risueño, “come brevas y agua no bebas”. Agua, al fin. Agua.

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