Enchaquetados y repeinados

Hay una masiva deserción de las élites, que se ve por todas partes, también en la costumbre de vestirnos de camuflaje

La Semana Santa ha vuelto a las calles. El regreso ha tenido los mimbres milagrosos de una restauración: ha fundido la tradición con la novedad. Fue una ausencia de poco tiempo, sí, pero cuando lo que falta es muy grande el hueco se nota inmensamente. De nuevo a pie de acera hay mil columnas para el atento penitente de la Flagelación (mi nomen omen de Hermandad).

Otros años he escrito de la luz, de la música, de las golondrinas, de los cirios, siempre de la oración. Este año, quizá por el regreso de la festividad civil, me he fijado con pasmo en esos jóvenes que se enchaquetan y repeinan para asistir a las procesiones. Les llamaría "endomingados" en el recto entendimiento de que el domingo es el día del Señor.

Se nota que no se ponen la chaqueta todos los días ni muchos. La reservan para los días sacros, y hacen muy bien. También se repeinan y escamondan, aunque por debajo se les ven los cortes de pelo de diseño y la modernidad extrema general. Los cortes de las chaquetas tampoco son íntegramente ortodoxos. Hay mucha belleza en la escala ascendente de unos jóvenes tan recientes con unos ternos tan poco clásicos aspirando al tradicionalismo como homenaje a Dios Eterno.

Son además un toque de llamador de capataz de paso de palio que nos dice a los demás: "Al cielo con vosotros, ¡arriba!". Tanto como emociona el aliño indumentario de estos personajes, irrita el descuido de los que podían ir de punta en blanco como antes. Mis dos abuelas ponían un gran empeño en estrenar cada domingo de Ramos, y hacían también muy bien. En España hay una masiva deserción de las élites, que se ve por todas partes, pero también en esa costumbre de vestirnos de camuflaje con el tono (uf) de los tiempos. ¿A qué tenemos miedo para ir tan camuflados?

Pero no hemos venido a ponernos melancólicos, sino para dar un sombrerazo a los que resisten todavía y siempre al mal gusto invasor. Como tantas veces es la gente de la calle la que se echa a los hombros, cual costaleros cívicos, subir el tono de todos. Otro signo de esperanza es que sean tan jóvenes los que visten con tan sumo cuidado.

"No saben lo que hacen", dijo Jesús en su Pasión para disculpar -última misericordia- a sus propios verdugos. Seguro que Él nos presta su frase para honrar a quienes le honran con sus impolutas chaquetas. No saben lo que hacen. Saben que se visten por Él y por su Madre, pero no que, a la vez, por los demás. Por todos.

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