Doñana

Doñana debería quedar al margen de las disputas partidistas y de los feos cálculos electorales

El año pasado, en julio, era difícil ver un triste destello de color verde en el entorno de Doñana. Todo era más bien terroso, grisáceo, sucio, polvoriento. Y desde entonces ha pasado un año sin apenas lluvias, o sea que ahora las cosas estarán mucho peor. Un amigo que tiene una casa por allí cerca me dijo que el pozo se había secado en la primavera anterior y que no quedaba ni una gota de agua. Todo esto es algo bien sabido. Los humedales de Doñana son más bien secarrales y es muy posible que se agoten las reservas -ya muy escasas- si no llueve con fuerza en los próximos meses (cosa muy improbable, como saben los meteorólogos). No hace falta ser ecologista para darse cuenta de que el parque está en peligro.

Pero esta realidad tiene otra cara, no tan visible, aunque debería serlo. ¿Cuánta gente vive de las explotaciones agrícolas que hay cerca del parque de Doñana? ¿Y cuántos núcleos turísticos dependen de las reservas de Doñana? Matalascañas está allí mismo, igual que Mazagón. Y eso significa miles de puestos de trabajo que van a permitir llegar a fin de mes a personas que lo están pasando mal. ¿Cuántos inmigrantes que trabajan en las explotaciones agrícolas ganan un sueldo gracias a los regadíos de Doñana? ¿Y cuántos empleos en el sector turístico dependen también de esos recursos acuíferos? Es muy fácil ser ecologista cuando tu sueldo procede de una confortable nómina estatal blindada por sus correspondientes quinquenios. Pero hay muchas nóminas que dependen literalmente del cielo.

Lo digo porque un asunto como el de los regadíos de Doñana -igual que los temas centrales de la Sanidad, la Justicia o la Educación- debería quedar al margen de las disputas partidistas y de los mezquinos cálculos electorales. En un país razonable, las cosas ocurrirían así, pero vivimos en un país irracional donde todo se ventila a base de griterío histérico contra el rival político. Si defiendes los humedales de Doñana, eres un egoísta caprichoso que se olvida de las miles de personas que dependen de esas aguas para llegar a fin de mes. Y al revés, si defiendes en lo posible los intereses de los agricultores y de la industria turística, eres un psicópata neoliberal que está asesinando a martillazos a la Madre Naturaleza. ¿No podría haber un término medio? ¿No se podría establecer un alto el fuego, al menos hasta que lloviera?

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