Dejar de lado la ingenuidad

Nos vendieron las elecciones primarias como el no va más de la democracia. Podría ser, pero la desvirtúan

Falta muy poco para que se cumplan cuarenta años de las primeras elecciones generales y municipales tras la dictadura franquista. Dicho periodo certifica que se ha cumplido la mayoría de edad democrática, por lo que deberíamos haber aprendido no solo del funcionamiento institucional sino, asimismo, de las prácticas de los partidos y de los defectos y errores que pueden albergar los políticos como seres humanos. Pero para ese aprendizaje es necesario dejar a un lado la ingenuidad y, a cambio, tratar de ser lo más realista posible, sin descartar nada, cada vez que analicemos o intentemos predecir las consecuencias de cualquier asunto político. Sin embargo, el candor se resiste a desaparecer y por eso se repiten acontecimientos y formas de actuación que se creían superados. Un buen ejemplo nos lo dan muchas veces los militantes de los partidos, como ahora se ha podido comprobar con la confección de las listas para los próximos comicios. Veamos por qué. En 1998, desde el PSOE nos vendieron las elecciones primarias para designar a cargos y candidatos como el summun de la democracia, el no va más. Después la adoptarían otras formaciones. Con ese procedimiento, muchos ciudadanos se creyeron que la democracia interna de los partidos mejoraría, lo que redundaría socialmente. Ciertamente, podría ser, pero la realidad dista de ese supuesto. Recuerdo que en un congreso de un partido en el que se había aprobado ese sistema me dijeron: "Vale, ya veremos el reglamento que hacemos y ahí ya controlaremos", y así fue. En definitiva, la última palabra no la tuvieron las bases. Con miras al 28 de abril, no hay partido que no haya hecho purgas o alterado sustancialmente los resultados de lo expresado por sus militantes. Por ejemplo, Pedro Sánchez se ha pasado por el forro lo que salió en Andalucía, tanto que llevó a Susana Díaz a manifestar ese "tomo nota"; Pablo Casado ha situado a quien le ha dado la gana, como en Huelva al colocar a Juan José Cortés como cabeza de lista, generando una crisis interna y propiciando que votos populares emigren a Ciudadanos o a Vox; y Pablo Iglesias no deja de eliminar a todo el que le cuestione lo más mínimo. Todo esto indica que en los estatutos de sus partidos hay modos de desvirtuar lo que quieren los militantes y ¿quiénes son los que aprueban esos estatutos? Pues ellos mismos. Por tanto, cabría decirles que ni nada de tomo nota ni de queja, que lo que tienen que hacer es atar bien lo que se refleja en sus documentos y que no sean ingenuos.

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