No participo de ese falso humor con tintes festivos y carnavalescos de la celebración moderna del Halloween. Soy más consciente de un respetuoso homenaje a los muertos, en la recogida realidad de una meditación que une vidas, de un lado y de otro, en el Gran misterio del más allá.

Hace apenas dos días en que los católicos conmemoramos el Día de los Fieles Difuntos y lo hacíamos con ese espíritu que nuestra Iglesia tiene para ellos: el recuerdo y la generosidad de los sufragios por sus almas. Cada año acudo en mis escritos a este autentico homenaje "in memoria"

Vivimos una época en que los valores y la forma de vivirlos se están adulterando, en unas manipulaciones fruto de un tiempo en que lo material aplasta lo espiritual. Vivimos días en que el goce de la propia vida no quiere mirar la cara amarga del dolor y de la tristeza. La luz mata a la sombra. El placer ahoga el sacrificio. Meditar nos amarga, solo queremos disfrutar sin problemas ni compromisos.

Equivocamos los conceptos de nuestra materialidad carnal y cerramos los ojos a la reflexión callada que conduce a una solida y cierta visión de nuestro interior.

Creo que el hombre y la mujer, no temen a la muerte en un concepto global. Primero en la edad inicial, no piensa en ella, luego pretende ignorarla, mas tarde la teme, pero no por miedo real sino mas bien por instinto. Finalmente la comprende, la acepta, se ha ido fusionando con ella, en un destino inexorable.

En este comienzo de noviembre el eco de la campana se hace triste. La alegría se viste de silencio y los colores se hacen más tenues con el romanticismo pálido del otoño.

El más allá será siempre una incógnita, un enigma para la mente humana en su cárcel de cerebro en desarrollo. Pero la vista de la obra infinita del Creador, le lleva a un camino que en la fe encuentra su puerto seguro de esperanzas.

Siempre recordaré cuando en mis años de juventud universitaria me tocó, en una clase de anatomía, hacer un trabajo de disección. Aquel cuerpo, sin vida, no era nada. Pero para mí la nada no es la muerte. El alma encerrada, en el interior del cuerpo, alienta las alas del espíritu para seguir viviendo. Una vida mejor que ni comprendemos, ni siquiera imaginamos. El alma es nueva vida.

Ese nuevo camino es la victoria de la fe, que mantuvimos en nuestras creencias y en ese mundo, al que llamamos "el otro"; es, el premio a la esperanza del hombre y al perdón de un Dios, misericordioso, justo y Padre.

Aquí quedan esas cenizas que darán calor y recuerdo a los que nos siguen. En esa fecha que apretamos en el corazón a nuestros seres queridos, en la eternidad de Dios, nuestra oración es el mejor sufragios como flores permanentes.

El ser humano es polvo y en polvo se ha de convertir, según la frase litúrgica. Pidamos, en la Comunión de los Santos por todos y que Dios siga con nosotros. Amén.

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