Cuando quiso sacar el coche del garaje vio que un puñado de gente taponaba la salida. Casi todas llevaban una bandera sobre los hombros y gritaban viva el rey y cosas así, algunos con una rabia algo impostada. Reconoció a un vecino suyo, un buen tipo con el que charlaba a menudo. Casi nunca de política. Sobre todo porque alguna vez le hizo algún comentario sobre los inmigrantes, que si recibían muchas ayudas, que si colapsaban los servicios de salud… pero en cuanto se enteró de que su yerno era senegalés no volvió a sacar el tema y esquivaba ese tipo de cuestiones. Un ascensor tampoco da juego para profundizar mucho. A él no le gustaban mucho las banderas, la verdad, tampoco la de España. Tenía sus razones: su padre, concejal en su pueblo, desapareció huyendo de un ejército que la enarbolaba. Nunca más volvieron a saber de él. Luego ganaron la guerra y el silencio. Todo ese silencio ancho y amargo que reinó en el país, mientras ondeaban esas banderas rojigualdas. Se consideraba un hombre apolítico, en parte porque la política era peligrosa en sus tiempos, y él no era hombre de peligros. Se dedicó a su trabajo. A su familia. Luego murió Franco y la bandera siguió ondeando. No le dio mucha importancia. La Transición, la Ley de Amnistía, muchas cosas hechas a medias. Pero la paz, la convivencia, la reconciliación… todo eso sonaba bien. Siguió trabajando, mucho, se jubiló. Sus hijos se fueron casando, una de ellas con un vecino senegalés la mar de majo y la mar de trabajador. España iba cambiando y la bandera seguía siendo la misma. Bien. Incluso se la pintó en la cara a sus nietos durante un mundial de fútbol. ¿Se sentía identificado con esos colores? No mucho, la verdad. De hecho creía sentirse más andaluz que español, aunque no era una cosa en que pensara mucho. Lo de las identidades y las banderas… en fin: le cansaba. Hasta su yerno senegalés se sentía más español que él, a juzgar por algunas de sus expresiones.

Pero ahora… algo le chirriaba en aquellas banderas esgrimidas con rabia. ¿Defendían España? ¿De quién, de qué? Ese vecino suyo ¿se consideraba más español que él? ¿Más español que su yerno? ¿Más español que nadie? No le gustaba sentirse examinado, y en aquel ondear de banderas le parecía entrever un examen, el de su españolidad. El grupo de las banderas se empezó a mover, y despejaron la salida del garaje. Arrancó y salió con cuidado. Aquellas banderas siguieron ondeando en su retrovisor un buen rato. Y aún siguieron en la memoria de su retina. Banderas. Bueno.

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