Anselmo y Araceli

Él ha seguido viviendo con Araceli y ahora se ha reencontrado con la mujer de la que nunca se ha separado

Me cuenta mi amiga Rosario una historia que quiero compartir con usted. Ha ocurrido en un pueblito de Sevilla del que me pide discreción, porque en los pueblos todo se sabe. Así que comenzaremos diciendo que esto transcurre en un lugar de Sevilla de cuyo nombre no quiero acordarme. Allí vivía Anselmo, un octogenario largo que enviudó hace dos años cuando se marchó Araceli, la mujer con la que estuvo casado durante más de seis décadas. Anselmo, solo en su piso, recibía esporádicas y cada vez más espaciadas llamadas de sus hijos, que vivían lejos y lo visitaban poco. Mi amiga Rosario le daba una vuelta a diario cuando él volvía de la compra y, aunque tenía una llave de su casa, a él, celoso de su intimidad, no le gustaba que nadie lo visitara. Este hombre tomó la costumbre de poner la tele a todas horas y Rosario sospecha que era para que nadie le escuchara a él, que hablaba solo todo el tiempo, día y noche, de lunes a domingo. Anselmo se arreglaba sus cosas, se cocinaba, y en las tiendas del barrio se habían dado cuenta de que hacía compra quizá excesiva para estar viviendo solo. A lo mejor le dio por comer más desde que se quedó sin Araceli, pero la verdad es que nadie notó que el hombre engordara. La semana pasada Rosario se preocupó después de dos días sin saludarlo en el portal. Así que, después de pensárselo mucho, decidió entrar en el piso, donde la tele llevaba puesta dos días sin descanso. Y efectivamente, los peores presagios de Rosario se cumplieron. Anselmo yacía en su cama con la tele del cuarto puesta y con el camisón de Araceli en su lado de la cama. En la salita donde comía, la última cena sobre la mesa: el plato de Anselmo y el de Araceli. Anselmo llevaba dos años hablándole a su mujer, cocinando para ella, acostándola simbólicamente junto a su lado. Quizá eso explique por qué Anselmo nunca vistió de luto, nunca pareció un viudo, nunca pareció estar solo. Él ha seguido viviendo con Araceli y ahora se ha ido con ella, se ha reencontrado con la mujer de la que nunca se ha separado. Mi amiga Rosario me cuenta que ahora sí han venido los hijos, que han quitado la tele y ya andan poniendo precio al piso y buscando los ahorros de Anselmo. Mi amiga opina que a Anselmo se lo ha llevado Araceli, harta de comer lo que le preparaba su marido. Anselmo siempre ha querido a Araceli, pero la verdad es que de cocina no ha tenido nunca ni idea. ¿Cuánta gente sola hay en España con la tele puesta recibiendo cada vez menos llamadas de sus hijos?

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