El otro día un chico joven delante de mí era incapaz de acertar a sacar el tique de aparcamiento de la zona azul, no atinaba ni con las tarifas ni, sobre todo, con la lentitud de la máquina, al que ponía aún más nervioso al tenerme detrás esperando para realizar la misma operación. Hoy le intentaba explicar a una señora cómo llegar al hospital Infanta Elena desde Corrales en bus, se me ocurrió que preguntara en la estación… ¿preguntar en la estación, a quién? Intentar gestionar la declaración de la renta y, al cabo de un par de intentos, desistir, con esa sensación de meter la pata en algo muy importante que, seguro, tendrá consecuencias negativas. Conozco a alguien que le ha llegado una carta certificada del Ayuntamiento negándole la bonificación de la contribución a la que tiene derecho por ser familia numerosa, porque tiene una deuda pendiente, cuando indagó un poco más, resultó ser por el retraso de otro tributo que nadie le recordó. Son sólo ejemplos.

No hablamos ya de ancianos que no se manejan en los cajeros, o de analfabetos o extranjeros que no entienden el idioma, no, la situación es tal que ahora mismo cualquier persona debe estar alerta para que no se le escape ningún plazo, cita, consulta o pago, porque, si lo hace, seguro saldrá perjudicada, con la impotencia de que le resultará muy difícil hablar con alguien en persona para intentar solucionar algo que le puede pasar a cualquiera.

Tras la resaca de la Covid, no sólo ya la banca, sino la mayoría de los servicios públicos y administraciones, han optado por el “hágaselo usted y, si se equivoca, será siempre culpa suya”. Las consecuencias ya sabemos cuáles son: exclusión financiera, falta de información sobre derechos, ayudas u oportunidades a las que muchas personas podrían tener acceso y no las solicitan por desconocimiento o incapacidad para realizar el trámite, y, en general, una sociedad cada vez más desconfiada, a la que le cuesta distinguir la estafa de la verdad, la información veraz del sesgo.

Con la crisis de las preferentes, la banca perdió para siempre el hilo que unía al cliente con su director de la oficina de toda la vida, ese que le animó a invertir en algo que resultó ser una estafa. Hoy en día, no es que tengamos malos asesores, es que no tenemos a nadie que nos hable o nos explique nada, obligándonos a estar en permanente alerta.

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