Dice el periódico que ha muerto en Sevilla, a sus 93 años de edad, el profesor José Luis Comellas, historiador y astrónomo. No es, para mí, una noticia más: de repente, me ha invadido una pena espesa. Y, junto a la pena, se han agolpado en mi cabeza miles de recuerdos y, sobre todo, la nostalgia de un tiempo pasado que brilla en medio de un presente oscuro. Después de todo, no en vano soy historiadora y, durante muchos años de mi vida de estudiante y profesora, "el Comellas", ese longevo manual sobre la Historia de España Moderna y Contemporánea, estuvo sobre mi escritorio, y en mi mochila, y en mi mesita de noche, y hasta en mi bolsa de la playa, cuando apuraba el verano del 91 para terminar mi Tesis de Licenciatura sobre el caciquismo en la provincia de Huelva.

Por aquel entonces, yo ya lo conocía personalmente. Y no tengo reparos en confesar que cuando, por primera vez, me encontré delante de él, siguiendo su curso de Doctorado sobre el liberalismo doctrinario, experimenté algo bastante parecido a lo que una siente cuando en un museo contempla, por fin, el cuadro que tantas veces ha estudiado o visto en los libros. Pude comprobar en esos días que, más allá de su excepcional magisterio, Comellas era un hombre sencillo y entrañable, tímido y curiosamente humilde. Su fama como historiador, dentro y fuera de nuestras fronteras, y su profusa y reconocida obra parecían corresponderse bien poco con un carácter totalmente carente de displicencia o engreimiento. Se podía conversar con él durante interminables horas de cualquier tema -si bien prefería la historia, la música y las estrellas- y en su argumentación no faltaba el dato, pero tampoco estaba ausente el análisis de los procesos. Trataba a sus estudiantes con un gran respeto y discutía sobre la historia de España sustituyendo la pasión o el vocerío por la sabiduría. Esta era, desde luego, la piedra angular de su autoridad moral e intelectual.

Comellas no pegaba en su tiempo, porque no era catedrático de maltratar becarios o apañar plazas, y no pegaría en este nuestro, donde encontrarse a un sabio viene siendo una cosa muy, muy rara. Él lo era y solo tenía que abrir la boca o coger la pluma para demostrarlo. Hoy día, no obstante, su forma de hacer y de saber no encontraría acomodo en este mercado persa universitario de las indexaciones, los JCR y los índices de impacto. No me lo imagino, querido profesor, publicando en inglés para tener más citas o buscando editoriales australianas del SPI que le garantizaran un sexenio. No recogen estas métricas de nuestro tiempo el pensamiento elevado, el conocimiento amplio y ese compromiso con la ciudadanía para que conozca su historia y pueda mejorar su vida.

Por eso mi pena se redobla: por perder al profesor Comellas y por los sabios que el mundo universitario se está perdiendo.

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