Más fuego en la política que en el bosque
La soledad sonora
Durante este tiempo de silencio forzado de las calles y de un estruendo casi olvidado de pájaros en las plazas, se suceden otros sonidos hasta hoy desconocidos. Son los nuestros, desde la soledad sonora de balcones y ventanas. Un ruido plural, un música mínima que nos congrega y reúne, a las 20 horas de cada tarde sobre todo. A la de la cita con quienes han resultado imprescindibles, e insustituibles en la tarea mayor de cuidarnos, y hasta de salvarnos la vida. La de los profesionales de la Sanidad en primer lugar, pero también la de trabajadores de la limpieza, agentes de la autoridad, dependientes de los mercados o quienes desde el campo nos proveen de alimentos. O como la (invisible para algunos todavía, al parecer) hazaña de miles de maestras y maestros que cada mañana se las ingenian para garantizar esa otra provisión imprescindible del aprendizaje; en la que muchos familiares se han involucrado, conscientes de la urgencia de que esa generación de niñas y jóvenes de hoy siga siendo la mejor preparada, también para encarar una realidad que debiéramos quererla distinta, pero sobre todo mejor después de este periodo de reclusión.
Si apenas veíamos hasta hace treinta días más allá de nuestros afanes, cuitas y sueños cotidianos, hoy nos identificamos en un aplauso, nos reunimos en una canción o suspiramos con la música de un vecino que nos deleita -o castiga amablemente- con cualquier instrumento o nos cuenta un nuevo chiste. Se han abierto -aunque ya lo estaban, incluso para las mentiras y excesos- todavía más los balcones y ventanas (aún no sé por qué se les llama "muros") de las redes sociales. Que para quienes no queden atrapados en ellas son otra puerta más a la amistad, la reflexión o el humor, tan necesario en momentos de congoja como estos. Cierto que por ellas circula también lo peor de nosotros mismos: la amargura cínica del egoísmo y esa crítica áspera contra todo y contra todos, que no sea lo que yo quiero o a los que yo prefiero. Pero dejando aparte a los cenizos de siempre -agoreros inmisericordes de ahora-, me reconozco en esa inmensa mayoría (con permiso de nuestro JRJ) que desde el encierro de sus hogares aprecia en lo que vale la tarea de construir una vida amable, más segura y ancha, más próxima con los demás y más cómplice con la naturaleza que nos rodea.
Se habla mucho en esta segunda parte (¿habrá tercera?) del confinamiento de cuándo, pero sobre todo de cómo saldremos de esta extraña situación jamás vivida. Reconozco mi perplejidad, y hasta desazón a veces, ante un futuro inmediato, casi presente ya, de serias dificultades económicas, sociales y laborales. Para muchos y muchas, que ven desaparecer su trabajo, este abril sí será, como escribió T.S. Eliot, "el mes más cruel". Pero también confío en que esa soledad sonora y multitudinaria -valga el doble oxímoron- que se repite cada tarde nos acabará empujando a las calles nuevamente con la convicción de lo que juntos, y en casa, fuimos capaces de superar.
Aunque escucho ya voces del Norte amenazando truenos en las Bolsas y tormentas en forma de Primas de Riesgo y de deudas insalvables, quiero creer que esta vez no volverá, como en 2008, el miedo que nos infunde el Dinero y la cobardía a que nos llevan esas oscuras razones de la Economía Sin Fronteras, por las que siempre acaban perdiendo los que ya habían perdido tanto. De aquella crisis, tan distinta de la de ahora pero tan cercana, resultó (ahí están los datos de Intermón o de Cáritas, entre otros) que los ricos se hicieron más ricos y que esa mayoría de clase media trabajadora se hizo más delgada y pobre. Y que, además, fueron sus salarios (compruébense rentas del trabajo y del capital antes y después de esos años) los que pagaron la factura de la avaricia de unos Mercados que nos dijeron, tras fomentar una hiperadicción al consumo, que habíamos vivido por encima de nuestras posibilidades. Adecuado castigo, supongo, por haberles echado tanta cuenta a sus envenenadas cuentas.
Siendo ahora la razón exógena y de una pandemia global, sí que confío en que estemos "por encima" de esa cruel realidad -nada especulativa desde luego- de la enfermedad, tan dura en su secuencia diaria de partes de una guerra invisible y tan extensa que abarca a planeta y humanidad. Lo mismo que esa amenaza cierta, y desafío impostergable, de mejorar las condiciones de nuestro Clima. También habrá que enfrentarlo como una sola sociedad universal, con la ayuda de la ciencia pero sobre todo de una con-ciencia solidaria y cooperativa.
Así espero que podamos reconocer mañana en ese aplauso de ahora, desde la soledad sonora de nuestros hogares, el anhelo por ocupar la calles y las plazas, donde ojalá sigamos escuchando a los pájaros, para reivindicar una vida digna y justa, en la que suene esa música callada de la igualdad con la que todos nacemos, y desde la que ahora nos enfrentamos a la misma muerte. Con el mismo y estricto duelo.
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