El rugby mundial se encuentra en una encrucijada. Agustín Pichot está tratando de abrir las puertas de la aristocracia a selecciones que llevan años haciendo las cosas bien, pero el 6 Naciones se opone a un sistema de play offs con ascensos y descensos. En parte porque Escocia sabe que estaría condenada, junto con Italia, a ser un ascensor, y en parte porque Inglaterra no quiere -o no puede- ceder parte del pastel. Imagino que en Francia también irán los tiros por ahí.

En el sistema de competición de este deporte, agarrado a la tradición para lo bueno y para lo malo, la puerta del Seis Naciones está cerrada a cal y canto; de hecho ni siquiera existe una puerta. Francia participa desde los años cuarenta -en los treinta fue expulsada acusada de profesionalismo-; Italia se arrastra por el torneo desde hace 19 años, y a pesar de que en otoño Georgia es capaz de plantarse ante quien sea a dar guerra, en invierno es devuelta a la realidad año tras año.

La promoción del rugby en Europa depende de que un nuevo formato se pueda implementar, pero esto necesita de mucha valentía por parte de los dirigentes de World Rugby. La sombra del cisma siempre estará presente en el universo oval. Nadie quiere gestionar ese escenario.

La puerta del palacio hay que abrirla a base de golpes, pero para eso se precisa una inversión que solo se ha visto en Georgia, donde ya amenazan con cortar el grifo. Unas selecciones que demuestren que pueden enfrentarse a los grandes sin poder medirse a ellos y sin acceso al dinero de verdad requiere de un motor de arranque que yo no veo por ningún lado.

¿Es el buen rugby el que atrae al dinero, o es al revés? Solo los espectadores serían capaces de sacarnos del círculo vicioso.

Nuestros Leones seguirán desterrados del paraíso, porque asaltarlo no está a nuestro alcance, a no ser que algún día nos volvamos locos con este deporte y llenemos estadios. Sería bonito. ¿Por qué no?

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