Análisis

PACO GUERRERO

Un siete de julio sin sanfermines ni ana

Se hace triste vivir un siete de julio sin chupinazo. Pamplona es la explosión de todo el toro. La semana donde a pesar del verano nunca hubo pereza para conectarse delante del televisor y dejar transcurrir por esa calzada de aspecto húmedo la carrera de los toros de turno tras la masa. El espectáculo más vital protagonizado por el pueblo y el toro. El que lo hace pervivir desde lo más recóndito del miedo que la condición humana le pone siempre a la relación con este animal. La temporada, la Fiesta, necesita que cada año le pase por encima San Fermín entre el rigor de esas plazas senequistas y sentenciadoras de toreros como son Sevilla y Madrid y Bilbao.

A la temporada le viene bien correr de largo esos toros en esa Iruña ancestral de Hemingway y el toro en libertad. "A San Fermín pedimos por ser nuestro patrón..."; En ese coro de voces, tres, antes del chupinazo que desde los corrales del Gas habrá de soltar esa marea de masas corpulentas y pitones elevados.

Como cada año he cogido el pañuelico rojo casi al filo de los recuerdos que evocan la fecha y me he encontrado de frente con la ausencia dolorosa de la amiga que cada año se ponía en modo sanfermines desde la responsabilidad de dirigir un periódico aquí abajo, en el sur, sin poder esconder la añoranza que siempre tuvo de esa Pamplona en blanco y rojo. Y es en eso que llegaban los intercambios de mensajes con esa musiquilla del "...siete de julio San Fermín".

Son jodidamente más tristes este año los sanfermines. Les falta el toro, el ruido y les falta Ana, la amiga de pacharán y charlas sobre cómo había ido el encierro. No paró nunca de hablar de esa Navarra en la que vivía la vida con Huelva a caballo de su responsabilidad y su deseo de juventud revivida por sus calles a donde espero que haya vuelto y se quede para siempre.

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