Análisis

Manuel Garrido Palacios

Escritor

Don Antonio (cualquier día es bueno para recordarle)

Él está vivo en sus versos en todos esos sitios y en todos en los que se ame la poesía

El viaje ofrece testimonios reacios a las vitrinas, no aptos para posar junto a objetos en vías de desaparecer con el pasavolante de la semana. Conmueve sentir voces que defienden sus expresiones en esta batalla que libran con una sociedad que no las valora con el "respeto imponente" que José Carlos de Luna pedía para El Piyayo. Ese…

"…algo de nuestro ayer, que todavía,

vemos vagar por estas calles viejas!"

Voy en el tren de la vida. Miro por la ventanilla y llevo la impronta puesta de que me gusta anotarlo todo en el papel o en la memoria. En un trayecto largo y en un departamento estanco, que es todo un mundo, o un curso acelerado de sociología, se aprende mucho porque el renuevo de voces se impone cada vez que se llega a una estación, entrando los recién llegados al diálogo abierto sin más trámite. Lejos de las soporíferas chácharas tribuneras, aquí reinan el sentir y la gracia, pasaportes universales. Es el caso de la mujer que va frente a mí, de Cadalso de los Vidrios, que dice que "el chotis es una danza escocesa, aunque cuenta mi abuela, con el siglo encima, que ayer se bailaban seguidillas y tiranas en ambas Castillas".

El tren llega a un destino cualquiera, final para unos, de paso para otros; salen, entran; hay revuelo de maletas y el andén hierve unos instantes con despedidas y encuentros. Besos sonoros. Besos. Después todo tiembla y avanzamos. El departamento entra en el "decíamos antes" y mi cuaderno de notas se llena de sitios a los que "tengo" que ir, de gente a las que "tengo" que buscar, de cosas que "tengo" que ver; en suma, constato que, pese a tanto viento en contra de la cultura básica, aún hay pueblos y voces que los pregonan porque los aman. "Quien va y vuelve, buen viaje hace", suelta alguien. "Se habla de conversación" como decía un viejo amigo, mientras la luz del día cambia hacia el lubricán. Una mujer cuenta "que el Canelo le hablaba a la Puntilla y el Mono se lo contó toito tó a la madre".

El tren hace tran tran con su paso redondo. Pendulea mi cabeza. Un hombre refiere: "Ayer me lastimé este brazo, un pastor me dio un tirón para poner los huesos en su sitio y me lo vendó con un trapo pringado en clara de huevo". El tren frena y rechinan los dientes. Puesto otra vez en marcha, sobre las rodillas viajeras plantan una maleta para echar una partida de cartas y me preguntan si me gusta el juego. Respondo: "¡Psss!". Un vendedor de chaqueta blanca y canasta plana se asoma: "¡Pastelitos buenos y baratos!". Una dama saca un termo de café humeante y comenta: "Las procesiones de mi pueblo, Cazorla, parecen colgadas de la montaña". Tras envolver el aire de aroma cafetero, se dirige a la señora que va a su lado: "¿De dónde es usted?" "Yo soy de Baeza, el pueblo de don Antonio Machado". La otra la corrige: "Ese hombre es de Sevilla". La una se revuelve: "Si no nació en Baeza, Baeza le nació a él, que mi pueblo puede presumir de su poesía y de delicias de platos como ajoharina, andrajos, gachas y migas. Vale que nació en Sevilla, pero de niño pasó a Madrid, a Francia, a Soria, donde se casó y, al morir su esposa, se fue a vivir a Baeza para, con la guerra, acabar en Collioure, donde está su tumba; así y todo, él está vivo en sus versos en todos esos sitios y en todos en los que se ame la poesía, como ahora mismo en este tren, donde una de Baeza, que soy yo, habla de él porque lo siente paisano. Ya sabe el refrán: donde naces y donde paces".

"El tren camina y camina,

y la máquina resuella,

y tose con tos ferina.

¡Vamos en una centella!"

El departamento guarda silencio ante tanto desparpajo. Emociona que haya gente que ame tanto a su pueblo como para regalarle un poeta entero. Subo la persiana y abro el libro del poeta al que le nació Baeza dentro:

"Tras la turbia ventanilla,

pasa la devanadera

del campo de primavera.

La luz en el techo brilla

de mi vagón de tercera.

Entre nubarrones blancos,

oro y grana.

La niebla de la mañana

huyendo por los barrancos.

¡Este insomne sueño mío!

¡Este frío de un amanecer en vela!

Resonante, jadeante,

marcha el tren. El campo vuela.

Enfrente de mí, un señor

sobre su manta dormido;

un fraile y un cazador

y el perro a sus pies tendido.

Yo contemplo mi equipaje,

mi viejo saco de cuero;

y recuerdo otro viaje".

Sin notarlo, vamos del aún al ya en un soplo, total, para saber que no somos tan diferentes unos de otros por alejados que estén los suelos. El ser humano es igual a sí mismo por los siglos de los siglos, con su carga de grandezas, miserias, mitos y creencias respondiendo a sus dudas. No más que…

"...buenas gentes que viven,

laboran, pasan y sueñan,

y en un día como tantos,

descansan bajo la tierra".

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