Análisis

J. Antonio mancheño jiménez

Exdelegado provincial de Cultura

Columnistas

Si un columnista, gacetillero, crítico de opinión o reportero, se dedica a ensalzar todo aquello que los demás acallan por intereses propios o estridente miopía, entonces no debe dedicarse a escribir si no a mondar patatas y a utilizar escarbadientes para limpiar el sarro ético y calmar su conciencia.

Opinar es exponerse a que te den bolillos en los mejores ateneos y en las tertulias donde se cuecen las verdades a pelo, nada comprometidas, cortadas y amañadas al buen gusto del lector, que no desea complicarse la vida y huir del fuego que pueda tiznar su encallecida tez. Es fácil observar que el tiempo pasa y pasa sin que al fin pase nada. Es fácil seguir la senda de aquel viejo sufismo: “Ni ver, ni oír, ni hablar”. Así no habrá problema, desacuerdo, otras formas de observar la realidad. Así, lo único que habrá es conformismo, “dejad hacer, dejad pasar” que dicen los franceses como máxima aséptica y aquí traducimos a beneficio de inventario por el clásico “chitón y tentetieso”.

¿Por qué a la prensa se le llama el cuarto poder? Es cuestión de sentarse a la mesa y llenarse la boca con cuchara sopera o de blandir la espada que igual hiere a ilustrados, mendaces, ignorantes, políticos, abades, literatos, cazurros, burgueses, chinchorros y pedantes.

La canalla columnista, reportera, crítica y perversa se halla expuesta a un millar de comistrajos insultantes, navajazos y anónimos que intentan doblegar la versión de los hechos, su ojo dimensional ajeno a cualquier pacto secreto, su alejamiento y difusión de todo cuanto huela a ese tejemaneje de los llamados “sobrecogedores”, a denunciar los pufos pecuniarios, los abrazos secretos entre esos personajes ventajistas del do ut des, a quienes venden su ideal por treinta monedas o a esos tantos que dinamitan su débil voluntad a la cruel tiranía de los poderes fácticos, en cualquiera de sus frondosas ramas.

En ésta extraño rol de intelectuales y expertos en las artes, las ciencias y en todo cuanto sucede y vibra, se hallan las inefables firmas de nuestro mayor periodismo que, sin salir de casa y en tiempos revueltos no se esconden, no callan, al revés, se juegan día a día su prestigio y exponen su visor ante ese maremagnun de la opinión pública sin otro argumentario que sostenga sus tesis ante la calle, que su pluma, sin miedos ni renuncia a contar la triste o gozosa realidad.

Hemos tenido un larga generación de colaboradores en ésta “piel de toro” que a lo largo del siglo XX y especializados en distintas materias han ido conformando el criterio de tantos de nosotros, hasta adentrarnos en otra piel, personal e intransferible. Luis María Ansón, Arcadi Espada, Rosa Montero, Pérez Reverte, Manuel Vicent, Muñoz Molina, Javier Marías, García Montero, Pedro J Ramírez, Jon Juaristi, Luis Alberto de Cuenca, Maruja Torres, Antonio Burgos, Almudena Grandes, Juan Manuel de Prada, Fernando Aramburu, Francisco Umbral, Victoria Prego... Entre los nuestros y a escala nacional: Jesús Hermida, José A. Gómez Marín, Víctor Márquez Reviriego, Jesús Quintero (Loco de la colina), Rafael Manzano, Francisco Garfias...

A escala local, difundieron su personal visión de cuanto acontecía, los ecos de La Provincia, el Diario de Huelva, el Correo de Andalucía y Odiel: María Luisa Muñoz de Buendía, José Nogales, José Marchena Colombo, Rogelio Buendía, José Sánchez Mora... y dando un salto, Fernando Merchán, Pedro Rodríguez, Paco Pérez (Capitán de las dunas) y otros más, el Duende de la Placeta, Octavio, Bélico, Fleri, Rafael Leblic, José María Segovia, Jesús Arcensio, José Manuel de Lara... para llegar a nuestro rotativo y despertar la pluma de Alfonso González, Toti, Rafael Ordóñez, Antonio Fernández Jurado, José María Segovia (gracias a Dios), Vicente Quiroga (Deo gratia), María Fernández Serrat, Jaime de Vicente, Francisco Revuelta, Paco Huelva, La Otra Orilla, Fernando Faces, Curro Ferraro...

En esa bruma que ensombrece el recuerdo quedaran otros tantos que nunca olvidaremos porque ellos seguirán vivos en ese rasguear de cuartillas donde la tinta estampa su íntima interpretación de los aconteceres y susurros.

Desde el paso del tiempo en este otoño, convulso, mi reconocimiento a vuestra indómita libertad. Va por ellos.

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