Análisis

J. Antonio Mancheño Jiménez

Exdelegado provincial de Cultura

'Chipichangas'

No encontraran la expresión en los manuales al uso ya que el concepto se deriva de la rubia Albión cuando sus barcos atracaban en nuestro puerto y requerían un aprovisionador de mercancías, que en inglés, venía a definirse como un shipchandler o persona de poca monta que comúnmente se dedicaba al trapicheo de monedas una vez avituallados los cargueros de mineral y antes de regresar a sus puntos de origen. Al correr de los tiempos la palabreja fue adquiriendo otras notoriedades que irían a bregar, según el diccionario popular, al capítulo de “fulanos de poca monta” o gentes de exigua confianza en las que depositar algún tipo de negocio o trato, ya que dados sus antecedentes cambistas, habría que estar ojo avizor sobre el sujeto ya que te la podía pegar en cuanto despistaras la vista del sujeto.

Esos y otros vocablos han quedados inscritos, de por vida, en el deambular lingüístico de tantas generaciones de onubenses que adaptaron el término a su dietario personal, de tal forma que el referido chipichanga llegó a adquirir categoría académica de forma sistemática, y así quedó en el formato habitual: cuidadito con ese que es un chipichanga, lo que llevaba de inmediato a desconfiar de cuantos habían ampliado el horizonte de sus operaciones cambistas a otros ámbitos distintos del mercadeo habitual con los habituales mercantes.

Llegó a tener, incluso, cierto tono despectivo, que fue extendiéndose rápidamente e incorporándose al lenguaje tradicional, de tal forma que, ciertos personajes, hoy respetables ciudadanos, en esa época fueran considerados como sujetos no respetables, y aún más, dicho al tiempo, como una especie de robaperas prestos a lo que salte si deja en el bolsillo un pardo beneficio. Merece la pena añadir al capítulo otro fonema anglicista que unido al anterior conforman un abanico de expresiones añejas, tan vinculadas a los quehaceres portuarios que se desarrollaron en el fondeadero del muelle de la Compañía de Riotinto que nuestros antecesores del siglo XIX llegaron a declinar de tal forma que ha quedado en la piel de cuantos entablaron relaciones comerciales con esos tipos raros, casi albinos, larguiruchos y extranjis, adaptando su verbo a un simplista argumento gramatical, de tal forma que el originario look and do it (vigilar la mercancía) llegara a convertirse en el popularísimo “estar al likendoi”, (estar al loro) o “date el queo”, no vaya a ser que un desalmao nos la dé con queso.

Estas dos acepciones son una parte del largo apunte asimilado entre idiomas distintos y su interpretativa escala, que en ese traductor vocabulario llega a sintetizarse y transformarse en otra lengua, tan propia como original e incomprendida por quienes la sacaron de su pupitre brihtis, para acabar reconvertida en otra jerga simplista y distante.

Si los navíos españoles que surcaron los mares procedentes de América, cargados de oro, hubieran estado prestos al likendoi con aquel chipichanga real, sir Francis Drake, tal vez Gran Bretaña no fuera tan grande, y a España, el Brexit, se la trajera, flexa, laxa y pendulona.

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