Cultura

El dinero no es su valor

El códice calixtino, final feliz con muchas incógnitas. La venta de un hermoso cuadro de John Constable y la dimisión de un consejero de cierto museo capitalino saca a la luz la sangre, el sudor y las lágrimas de una familia desavenida. El descubrimiento, impresionante, de cien dibujos del gran Caravaggio nos hace pensar en todo lo que aún desconocemos. Todo lo que se mueve da dinero. ¿Valor? Poderoso caballero es él, Don Dinero, que dijera el cáustico Quevedo.

La modorra es sopor. También entorpecimiento. La modorra mata. Aniquila cuerpo y mente. Diríamos, repasando a Baroja, que es un tiempo ataráxico contrario o contradictorio. De la felicidad a la improductividad de tintes existencialistas. Por eso, en estos momentos, estoy modorrada. No sé qué hacer. Tampoco qué expresar. Del sofá a la cama, de la arena (no torera) al sillón incómodo donde comienzo y término estas letras. Mil grados a la sombra. Al sol, ni Dios se apiada pues estoy cerca de contactar con el bicho ese raro llamado Bosón de Higgs.

Dios, todopoderoso, ¿cómo me explicas este raro fenómeno, a todas luces masón, del cemento cósmico? Seguro que por ahí habrá algún Deán, o el mismo Doraimon, que aclare mis dudas. Un millón y medio de euros, aseguro, hace creyente al incrédulo. Veintisiete, Papa. Setecientos, con perdón, el mismo Dios. "Donde hay mucho dinero hay mucha bendición", dijo el Arcipreste de Hita. Me apunto.

El verano es una estación de dudas. Sé lo que me pongo. Nunca lo que me quito. El verano viene bien para que dueños de patrimonio de consideración vendan parte de él. "Cuanto más rico es uno más grande su valor". Cash, se dicen ahora, dinerito contante y sonante, calentito como los churros de la Plaza de Toros, para seguir viviendo como un barón. Con el Constable de las narices de la Seño Tita no sé qué haría. Esclusas tiene la cosa. Seguro que lo colgaría de la pared mayor de mi casa (menor). Pero, si lo vendiera, lógico y consecuente por cómo andan los tiempos, me compraría, entre miles de millones de cosas más, dos ilusiones: una copia perfecta del Constable para no ensangrentar mis ojos ante lamentable pérdida y, lo juro por Dior (Christian), me jubilaría. Sí, dejaría las obligaciones rutinarias para dedicarme, tal diletante, a la dolce far niente. Me compraría una parcela en el Alentejo, mirando al mar; una casa blanca sin más pretensiones que el suficiente espacio donde tengan cabida todos mis cuadros copiados, un buen sistema de internet y mi biblioteca intacta. Mis hijas, a Londres, a aprender inglés como la Queen manda y ordena. Y mi marido, para no perder el número de la Seguridad Social, seguiría aquí, en Huelva, disfrutando del trabajo y de su ciclotímico jefe que Dios lo tenga siempre en Gloria. Ah, eso sí, seguiría desde mi guarida portuguesa escribiendo para mi Huelva Información. Hay cosas que ni por todo el oro del mundo se abandonan. "Quien no tenga dinero no es de sí señor".

El verano viene para vender y para comprar. Pese a la crisis. Se vende y se compra. Una cerveza. Dos horas y medias en la mesa del bar. Pan y cerveza. Hasta agua. Poco más, que es mucho. Mi padre, me cuenta, que le recuerda el ambiente actual a los años de la postguerra. La vida a través del cristal poliédrico del vasito de café. Ver pasar el tiempo. Ver pasar que nada pasa. El verano es el mes de las sorpresas. En Arte, por rosa, también. El verano, con la caló tan horrorosa, hace que los manuscritos santiaguinos aparezcan justo un año más tarde; que las iglesias tengan más patrimonio de lo normal; que los cepillos vuelen y se concentren en garajes no tan recónditos; que sus catálogos de bienes muebles e inmuebles se achiquen como los estómagos de los niños del bajo Sahel ante la inesperada visita del Sr. IBI; y que los electricistas acudan a misa diaria. No me extraña, con lo que cobran algún remordimiento han de tener.

El verano da también para que aparezcan cien dibujos de Caravaggio, el pintor barroco, aquél que hizo luz divina de las sombras voluminosas y perpetuas. ¡Cien dibujos, Dios santo¡ Sí, cien, como si nada. Lástima que debajo de mi mesilla de noche tan sólo me encuentre las pelusas que no pude quitar días atrás. Qué pena no toparme con cien dibujos de Velázquez o Murillo y no con cien facturas por pagar. !!Malditos bancos¡¡

El caso de Caravaggio me sorprende. Y me sorprende porque el verano también da para hacer (y ser) más periodista rosa al amarillo periodista. O al contrario. Y no tiene nada que ver con aquél bello filme de Summers. Leemos periódicos de tirada nacional. Unos hablan de gran descubrimiento, otros dudan de su autenticidad. Algunos, ni puñetero caso. Casi todos, su ¿valor o su posible dinero?: 700 millones. España en estado puro.

Sin querer he escrito algo. He rellenado un par de folios Word. Mi único problema ahora es si lo escrito sirve de algo. Si me ha servido para quitarme la modorra, bienvenido. Si ha servido para entretener a mis dos fieles lectores… seguiré escribiendo con más fuerza para que sigan sumando de dos en dos por cada aparición. Gracias, director de Huelva Información, por dejarme asomar a esta ventana. No quisiera cerrarla en verano… pero lo consecuente sería fecharla para siempre. No es cuestión de dinero, de valor. De valor torero. ¿De qué sirve un texto si no tienes lector?

Los veranos, a menudo, son espejos de todo un año. De toda una vida. Modorra. Gomorra en Santiago, Londres y Milán. Gracias también a Juan Ruiz, que nos dejó los entrecomillados de este texto sobre "el dinero" hace ya más de siete siglos. El dinero "de verdad hace mentiras, de mentiras, verdades". Qué gran verdad. Qué puerca hipocresía el valor del Arte.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios