Crítica de Cine

Dispersión ante la originalidad

En pleno verano había en la capital una cita que representa un paso adelante en el vínculo entre España y América. Un ochenta y cinco por ciento del Palacio de Congresos de la Casa Colón se ocupaba al reclamo del Concierto Internacional de Directores de Orquesta, una iniciativa de Francisco Navarro Lara en la que se aglutina un largo centenar de directores provenientes de más de treinta países. La realidad de formar un conjunto cuyos miembros poseen la doble faceta de director e instrumentista. Escuchamos sonoridades recias y brillantes, aunque es necesario afianzar el viento-madera y no imprimir tempi tan lentos. La obertura de El rapto del serrallo mostró un fraseo expresivo que propiciaban los clarinetes, pero abusó del spiccato y de unas texturas impropias del Clasicismo. Del Concierto dee Aranjuez de Rodrigo y la Sinfonía Del Nuevo Mundo de Dvorak sólo se ofrecieron sendos movimientos célebres. ¿Cuatro guitarras en el escenario? ¡Valiente chapuza! Solistas repartiéndose a capricho una melodía desfigurada, cuyos arabescos se quedaron sin nervio; la Orquesta se llevaba la palma con la suavidad del acompañamiento. Para Dvorak había texturas bien estudiadas que tenían en su contra la morosidad de una batuta y unos destemplados fagotes y trompas, algo que se compensó con mimbres evocadores de las sinfonías de Beethoven y los poemas sinfónico de Liszt; más adelante, se sacó partido al pasaje lírico innegablemente wagneriano.

En cuanto a la selección de arias y romanzas se contó con un elenco muy mediocre. Soprano de dulce timbre, aunque de fiato corto (que hacía esperar más del O mio babinocaro), mezzo que cantó el número más difícil de la antología con buen timbre y técnica resuelta dignamente. Varios tenores, uno que hizo un dúo en alemán con la soprano que fue una pincelada romántica, otro con La donna è mobile desafinada e informal y el otro haciendo un No puede ser amplificado innecesariamente por megafonía. El barítono, voz inconsistente, sin definir para su línea de canto. Esta segunda parte, con ocho solistas en escena, ratificaba los trazos circenses con que incluso en las grandes ciudades españolas se desvirtúan los conciertos.

A ello se une el hecho de haber dos directores de orquesta en escena que se van turnando, como ocurriera el sábado en las prestaciones compartidas entre los maestros Dos Santos y Lara. A veces se hacía interminable la espera previa a cada pieza al cambiarse el mobiliario, que podía ser un simple detalle de interpretación. Por cierto, ¿qué hacía una treintena de personas distribuida en los extremos izquierdo y derecho del escenario? Hasta la segunda parte del concierto no supimos que aguardaban el momento de entonar a coro uno de los números. Tras un Nessum dorma rodeado de vítores terminaba sin ton ni son el concierto. Era las 23:20; pero un protocolo no anunciado al principio retuvo allí al público. Ambigüedades y contradicciones por doquier.

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