música por Marco Antonio Molín Ruiz

Aracena exalta a la madre naturaleza con el don de la música

Descubrir unas grutas es la sorpresa que marca el rumbo del hombre y las civilizaciones. Aracena se engalana este 2014 para recordar el siglo transcurrido desde que se supiera de ese mundo subterráneo tan vulnerable al tiempo como la vida al aire libre. Poco a poco fue cundiendo el feliz hallazgo que imparables visitas han hecho llegar hasta los rincones más apartados no sólo con estudios científicos y reportajes fotográficos; sino también con múltiples recreaciones artísticas. Y para no quedarse indiferente, la localidad serrana promueve a lo largo de este año una serie de actividades que a buen seguro dejarán el regusto de una efeméride inolvidable.

El teatro Sierra de Aracena abría sus puertas a Javier Perianes en su nueva faceta de solista-director, al frente de la Orquesta Sinfónica de Sevilla con dos conciertos pianísticos ofrecidos sin descanso: el Primero, opus 15, de Beethoven, y el 21º, K.V. 467, de Mozart. Javier Perianes se apodera del auditorio con sus abundantes recursos: sonido de una pulcritud arrebatadora que alcanza su apogeo en la dinámica del piano, timbres contrastados que dotan a la partitura de una elocuencia más profunda y un temperamento a la altura de las voces orquestales; aunque en los movimientos rápidos no logra desprenderse de una lectura mecanicista en actitudes palpablemente ansiosas. En cuanto a la orquesta elogiamos su cuidado discurso, encomiable en unas introducciones de antología, con las familias instrumentales dispuestas exquisitamente así como los inesperados acentos en forte que rematan la gracia de los tutti iniciales. Se puede considerar al viento-madera como la excelencia del conjunto cuyas participaciones en algunos pasajes son de una claridad conmovedora engarzada con la cuerda en los tiempos lentos.

Asistimos en Aracena a una lección camerístico-sinfónica en sendas obras. Lo primero que llamaba la atención en el opus 15 de Ludwig van Beethoven eran las modulaciones del Allegro con brío, que poco a poco fue llevado hasta un hipnótico punto culminante donde el solista y la orquesta acabaron fundiéndose. El Largo deparó al auditorio ese remanso proverbial inconfundible de los movimientos lentos de los conciertos beethovenianos; piano y cuerda conducían al oyente a esa paz reparadora donde parece que la noción del tiempo se esfuma; Perianes bordó el movimiento en un hermoso coqueteo con el clarinete. Llegado el último tiempo el pasaje en la menor fue un vendaval de musicalidad.

Con Mozart las prestaciones individuales y colectivas mejoraron; el colorido alcanzó niveles expresivos inusitados y hubo detalles ocurrentes que no estaban reñidos con la partitura. Volvemos a referir esta cualidad de la Sinfónica de Sevilla para prologar una obra, donde el drama y la solemnidad conquistan a un auditorio, como ocurriera en el K.V. 467, donde la música parecía sonar en la mismísima Corte real e imperial de Viena. Destacamos el breve pasaje en mi menor del Allegro maestoso, que de inmediato modula como un caleidoscopio. Perianes y la orquesta hicieron del segundo movimiento un milagro donde todo estaba predestinado a cantar; incluso los fagotes, que a menudo desempeñan una labor de soporte, elevaron a lo más alto su melodismo más recóndito. Por el contrario, el Finale, aun siendo un Allegro vivace assai, estuvo descuidado: el discurso sonaba fuera de contexto porque el frenético tempo más típico de una competición diluyó la riqueza del solista.

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