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Los debates electorales suponen un riesgo para los líderes de las encuestas

  • El enfrentamiento político, convertido en combate dialéctico, es lo que suscita el interés del público, además de ser el único momento en el que los candidatos se dejan ver públicamente

Los debates electorales suponen un riesgo para los líderes de  las encuestas

Los debates electorales suponen un riesgo para los líderes de las encuestas

El 26 de septiembre de 1960 se retransmitió el primer cara a cara protagonizado por Richard Nixon y John F. Kennedy. Era la primera vez que dos candidatos se adaptaban a los códigos de la televisión. Convaleciente de una operación de rodilla, sudoroso, vistiendo un triste traje gris y sin maquillar, el vicepresidente Nixon se enfrentó a un oponente que había tomado el sol, lucía moreno, maquillado, con traje oscuro, y se había preparado a conciencia el debate.

Aunque quienes lo escucharon por la radio opinaron que ganó Nixon, se calcula que setenta millones de personas lo siguieron por televisión, y otorgaron la victoria al joven Kennedy. A partir de entonces, la política cambió para siempre.

Tuvieron que pasar 33 años para que en España se celebrara el primer cara a cara televisado. Felipe González y José María Aznar se enfrentaron en la campaña presidencial de 1993. Tal fue la dureza con la que se negociaron las condiciones que incluso se llegó a firmar un acta notarial. Y aún así, al debate de Antena 3, moderado por el veterano Manuel Campo Vidal, ambos comparecieron sin haber llegado a un acuerdo sobre quién cerraría la última intervención, lo que originó un momento de gran tensión en directo.

Los debates son un duro examen y pueden dar giros inesperados en las campañas

Ese debate creó un precedente en la historia política española e inauguró una época. Posteriormente se produjo un vacío de 15 años sin debates electorales hasta que volvieron a reanudarse los cara a cara. Actualmente, con la irrupción de Ciudadanos y Podemos en la vida política española, han llegado los debates a cuatro bandas.Hoy en día, no aceptar un debate tiene un coste aunque, en opinión de Campo Vidal, hay candidatos que están dispuestos a pagar ese coste en lugar de arriesgarse a situaciones complicadas.

El debate electoral en televisión es uno de los géneros más importantes de la comunicación política de campaña. Se ha convertido en un espectáculo que, sin duda, anima las campañas electorales. Algunos en España han tenido una audiencia de 12 millones de personas, sólo superados por la final de un mundial de fútbol. El enfrentamiento político, convertido en combate dialéctico, es lo que suscita el interés del público, además de ser el único momento en el que los principales candidatos se dejan ver públicamente juntos durante la campaña.

El candidato que encabeza las encuestas es al que a menos le interesa debatir, sencillamente porque es el que más arriesga. Por tanto, la planificación estratégica tiene que ir enfocada, no tanto a ganar, como a no cometer errores. Quien tiene la obligación de ganar es el desafiante, no el líder. Éste último gana con el empate. De hecho, para muchos candidatos, el objetivo es sobrevivir a la experiencia sin resultar herido.

Hay candidatos que ganan los debates y, sin embargo, pierden las elecciones. Y ello se debe a que hay que afrontar la campaña electoral como un todo, donde el debate electoral es un eslabón más. Lo realmente importante para un candidato no es ganar un debate, sino la batalla estratégica de la campaña en su conjunto.

Los debates en España han dejado grandes momentos televisivos: la llegada de los candidatos al plató, la tensión entre Aznar y Felipe González, la niña de Rajoy… Espectáculo aparte, son un duro examen para los candidatos y sus equipos, y pueden generar giros inesperados en las campañas, por eso requieren de una concienzuda preparación.

Y, a pesar de la exigencia, no está clara su influencia en la decisión del voto. El efecto principal que se achaca a los debates electorales es de refuerzo del electorado propio del candidato y el aporte de conocimiento a los votantes indecisos. Según la experta María José Canel, los debates apenas modifican el voto (sólo un 6% cambiaron su opción tras el histórico Nixon-Kennedy) y, por el contrario, refuerzan las tendencias políticas de la audiencia, ya que la gente se expone al debate cargada con los prejuicios de sus propias tendencias y simpatías políticas, y no cambia la intención de voto aunque su candidato haya perdido el debate.

Los debates sí influyen en el votante indeciso y, de hecho, algunas investigaciones apuntan a que los debates electorales tienen mayor efecto cuanto más reñidas están las elecciones.

Cinco claves para vencer al rival

Ante todo, un debate es un programa de televisión que ofrece al candidato una oportunidad inmejorable para defender por qué él es el mejor producto. Julio Samoano aporta cinco claves para vencer al rival:

Preparación: memorizar datos, estudiar golpes de efecto e hilar argumentos. Debe hacerse ante las cámaras y no en un despacho, porque de lo contrario sería como prepararse para una final de tenis sin raqueta.

Empatía: el candidato ha de llegar al corazón del votante, y sólo lo conseguirá si demuestra naturalidad en esos momentos de tensión extrema.

Liderazgo: tiene que atraerse al público mediante ejemplos, analogías, historias… La crítica tiene que basarse siempre en datos y terminar con una llamada a la solución de los problemas.

Los jueces: el candidato tiene que saber a quién ha de convencer, y no es ni al moderador, ni al adversario ni a todo el público. Debe centrarse en reforzar el apoyo de sus votantes y atraerse a parte de la audiencia que está deseando ser convencida: antiguos votantes, abstencionistas, electores decepcionados con el rival…

El final: las últimas escenas (la salida) más las reacciones preparadas de los partidos pueden decantar el resultado final del debate, en el que lo que importa no es la realidad, sino la percepción social de esa realidad.

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