Historias del Nuevo Mundo con sabor a Huelva

El caño de las nueve suertes

  • Hubo un tiempo en el que viajar de Huelva a Sanlúcar de Barrameda se hacía a otro ritmo. Hoy apenas nos acordamos de que las playas onubenses nos llevan hasta la desembocadura del Guadalquivir

“Hispalensis conventus Delineato”. Mapa realizado por Jerónimo Chaves y publicado en el atlas Theatrum orbis terrarum. de Abraham Ortelius. 1580.

“Hispalensis conventus Delineato”. Mapa realizado por Jerónimo Chaves y publicado en el atlas Theatrum orbis terrarum. de Abraham Ortelius. 1580.

Hubo un tiempo en el que viajar de Huelva a Sanlúcar de Barrameda se hacía a otro ritmo. Hoy apenas nos acordamos de que las playas onubenses nos llevan hasta la desembocadura del Guadalquivir y, salvo que miremos al mar o nos hallemos en Doñana, pensamos que el mejor camino es la autovía. Pues bien, no lejos de ésta, al cruzar el río Guadiamar, queda un lugar que jugó un curioso papel en la historia de nuestra provincia.

La campiña onubense era prolífica en viñedos, que surtían de vino y vinagre a los barcos con destino a América. Los caldos de El Condado —de Niebla, que no de Huelva— y los de las villas de toda comarca habían ganado fama en época medieval y se los tuvo muy en cuenta durante los viajes colombinos.

Así lo hizo Juan de Aguado en la primavera de 1495, cuando recibió el encargo de llevar avituallamiento a la colonia recién fundada en el Caribe. 420 arrobas de “vino mosto” que se compró en Villalba del Alcor, más otras 315 arrobas de vino que un mercader sevillano había adquirido previamente en esta localidad. El vino de Villalba debió amenizar las charlas distendidas y jocosas de Juan de Aguado pues, al decir de Bartolomé de Las Casas, era un personaje gracioso y singular. Imaginemos una sobremesa en alta mar, en un mano a mano entre Juan de Aguado, el moguereño Juan Lucero y los palermos Bartolomé Colín, Bartolomé de Leza y Fernando Pérez, maestres de las cuatro carabelas que formaban esta armada.

No fue el único envío. Al año siguiente Pedro Alonso Niño, el mismo que acompañó a Cristóbal Colón en su primer viaje, cargó otras cuatro carabelas con víveres para los colonos, incluidas 3.300 arrobas del “vino limpio” obtenido del trasiego del “mosto e de vino” comprado en Villalba del Alcor y en Manzanilla.

Hacía siglos que los vecinos de la comarca circundante optaban por la vía fluvial para exportar sus vinos, aunque no faltaron los cargados en carretas y enviados por los caminos que conducían a Sevilla. Muchos aprovechaban el Caño de las Nueve Suertes, que fluye hacia el río Guadiamar a la altura de Aznalcázar. Hoy los regadíos y el paso del tiempo han desdibujado la silueta de un valle que guiaba sus arroyos y caños de agua mansa hacia este afluente del Guadalquivir, pero hace cinco siglos era frecuente cargar en barcas el vino de Villalba o de Manzanilla. Su destino era Sanlúcar de Barrameda, ciudad portuaria que servía de atraque temporal y lugar de abastecimiento para las flotas y armadas destinadas a cruzar el océano.

Así fue como el pueblo y el vino de Manzanilla dieron nombre al afamado caldo sanluqueño, llegado precisamente del Caño de las Nueve Suertes. El mosto de la uva zalema, barato y popular, encontró su crianza en las bodegas de este puerto, donde culminaba su transformación en un vino más refinado, acaso el citado “vino limpio”.

Que el Caño de las Nueve Suertes fue lugar de su carga y trasiego lo prueba, por ejemplo, la expedición comandada por Juan Ponce de León que, en mayo de 1515, partió rumbo al Nuevo Mundo. Dos años antes, el día de Pascua Florida, había descubierto una gran isla que resultó ser península y, tras explorar su costa y luchar contra los nativos, comprendió que necesitaba más medios. Así pues, regresó a España y consiguió la autorización del monarca para organizar una nueva expedición. Los oficiales de la Casa de la Contratación recibieron la orden de adquirir suministros y los vinos de Villalba cruzaron de nuevo el Atlántico. En mayo de 1515 se compraron 3.000 arrobas de vino en “Villalva del Alcor”. Fue envasado en 100 pipas, cargado en carros y llevado hasta el Caño de “las Nueve Suertes”, donde embarcó rumbo a Sanlúcar. En total 50 días de un trabajo minucioso de trasvase de vino, acondicionado y sellado de pipas y su traslado, que detallan las cuentas de la Casa de la Contratación. Inició así su crianza biológica, madurada en la bodega de los barcos y al vaivén de las olas.

No alcanzaron su destino por culpa de unas camisas sucias. Al parecer desembarcaron temporalmente en la isla de Guadalupe y, según dicen las crónicas, los nativos les atacaron mientras las mujeres lavaban la ropa. Sea o no exagerada esta historia, lo cierto es que Ponce de León abortó la misión y puso rumbo a Puerto Rico, isla de la que era gobernador. El vino que sobrara del viaje bien pudo acabar en las bodegas de su casa portorriqueña y servir para acompañar al “pan cazabe”, que los españoles aprendieron a preparar de los nativos taínos a partir de la yuca.

Un alarde de maridaje intercultural a comienzos del siglo XVI; un encuentro entre el Viejo y el nuevo Mundo con sabor a Huelva.

Próxima entrega: ‘Palabritas’ en aguas del océano Pacífico.

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